Los discípulos ven a Jesús haciendo oración y eso despierta en ellos el deseo de la oración, entonces, se dirigen a Él con estas palabras: “Señor, enséñanos a orar”. Jesús les dice: “Ustedes, cuando oren, digan”: Padre, Abba, “Abba” es una palabra aramea que algunos especialistas dicen que se puede traducir por “padre querido”. “Es la palabra con que los niños se dirigen a sus padres. La vivencia del “Abba” constituye el núcleo más íntimo de Jesús en relación con Dios.
Por primera vez hay alguien que se dirige a Dios con una confianza absoluta (Abba). Jesús introduce en la relación del ser humano con Dios, un cambio profundo… Todas las religiones, incluyendo la judía, rezan a un Dios lejano, al que tratan de “aplacar”… Jesús, en cambio, en esta oración, nos revela que Dios es Padre….“Digan: Padre” (Abba), es una palabra impregnada de una gran confianza. Nuestra cultura moderna está impregnada de un sentimiento de orfandad. Sí, tenemos, a veces, la sensación de sentirnos huérfanos, no tenemos una referencia que nos dé seguridad y un sentido a la vida.
Realmente hay una ausencia y una nostalgia del padre. En la modernidad se afirmó que había que “matar al padre” (Freud) para que el hombre viviese. En el occidente rico se fue impulsando una sociedad cerrada sobre sí misma, sin trascendencia, sin Misterio, sin Dios… Jesús, en el Evangelio de hoy, nos revela que no estamos solos en esta tierra, ni perdidos en nuestra vida, que no somos fruto del azar, que el misterio último de nuestra vida es alguien, Alguien próximo, que es amor y ternura, a quien podemos confiar nuestra vida, a quien podemos invocar como Padre (Abba) con toda confianza .
Después el Evangelio pone de relieve varias peticiones: “Santificado sea tu nombre”. Que el nombre de Dios, es decir, su misterio insondable, su amor y su fuerza salvadora, se manifiesten en nuestra vida. Y también, que sean muchos los que te llamen con ese nombre de padre y de esa manera nos vayamos viviendo como hijos e hijas… “Venga tu Reino” la petición de que venga el reino es la verdadera petición del Padre Nuestro. Que no reinen en nuestro mundo la violencia y el odio destructor. Que reine tu amor y tu justicia. Es decir, que se abran caminos a la paz, al perdón y a la verdadera liberación humana. “Danos cada día tu pan del mañana…
Quiere decir, danos lo que necesitamos para vivir hoy; el pan representa lo que sustenta la vida, el pan de cada día es lo que hoy necesitamos para vivir; tenemos que aprender a vivir el hoy, a vivir el presente sin agobiarnos por el futuro. Pedimos que haya una mesa en que toda la humanidad pueda compartir el mismo pan. Otra interpretación es “el pan del mañana”; es decir, el pan del mundo venidero, el pan del Reino. “Perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo”. Nuestro mundo necesita el perdón de Dios. Nosotros también necesitamos vivir pidiendo perdón y perdonando. Sólo quien renuncia a la venganza y al rencor desde una actitud abierta de perdón, puede hacerse cada día más humano. Y no nos dejes caer en la tentación”.
No se trata de las pequeñas tentaciones de cada día, sino de la gran tentación de relegar a Dios, olvidando los valores del Evangelio y siguiendo un camino sin sentido. También quiere decir, no nos dejes ceder en los momentos de desaliento, los momentos de oscuridad que todos atravesamos en la vida. Después, Jesús propone una parábola, en que compara a Dios con un amigo a quien se puede acudir y pedir de noche con insistencia, con libertad, con confianza. “Si uno de Ustedes tiene un amigo y viene durante la medianoche para decirle: Amigo, préstame tres panes,”…
En Palestina se viaja con frecuencia de noche, porque durante la noche refresca. Tres panes era la comida para una persona. Con esta parábola Jesús concluye invitando a pedir, buscar y llamar: “Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá”… Esos tres verbos designan el movimiento de la oración impregnado de una gran confianza. No es una actitud mágica ante Dios, sino un reconocimiento de su Presencia en nuestra vida. Jesús termina poniendo un ejemplo de la vida cotidiana… “¿Qué padre entre Ustedes, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente?…
¡Cuánto más le Padre Celestial, le dará el Espíritu Santo a los que se lo piden!” Sí, Dios nos dará su Espíritu Santo, su fuerza, su aliento de vida a los que se lo pidamos… Con esa fuerza del Espíritu podremos atravesar cualquier circunstancia difícil de nuestra vida. En este Evangelio necesitamos aprender, como los primeros discípulos, la oración de Jesús. A muchos de nosotros se les está olvidando lo que es orar, se está perdiendo la capacidad de silencio y de encuentro sincero con nosotros mismos y con Dios.
Y, sin embargo, necesitamos orar. No es posible vivir la fe cristiana y la vocación humana subalimentados interiormente. Tarde o temprano experimentamos la insatisfacción, el vacío interior, el aburrimiento de la vida y la incomunicación con el Misterio. Tal vez hoy tendríamos que preguntarnos: Cuándo oro con el Padrenuestro, ¿Cuáles son mis sentimientos? ¿Confío plenamente en Dios, como lo hacía Jesús? ¿Cómo es mi relación con el Padre al cual Jesús me enseña a dirigirme? El Evangelio de hoy nos invita a tomar tiempo para la oración. Nuestra oración hoy podía ser: Señor Jesús, tú que orabas al Padre, ayúdanos a reconocer su presencia en nuestra vida. Que tu Espíritu nos restaure interiormente.