Homilía del señor arzobispo para el XIX domingo del tiempo Ordinario

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Algunos siguen exigiendo pruebas contundentes de Dios. Que sople fuerte y remueva todo… en cambio Él elige manifestarse en la brisa suave o en la tempestad calmada. Incluso nosotros mismos, deseamos imponer nuestra razón por la fuerza de nuestro empuje… y consideramos la calma y la paciencia como una debilidad.

Lo hacemos dejándonos llevar por el oleaje de este mundo, que golpea a las personas para impresionarlas y amedrentarlas. San Vicente de Paúl decía: “el bien no hace ruido, el ruido no hace bien”. Algo así debía pensar el profeta Elías, que aún en momento de persecución, sabe distinguir el paso de Dios en la brisa suave. También nosotros necesitamos afinar nuestro oído en el silencio de la oración, para identificar el paso de Dios en nuestra vida. En unos tiempos con multitud de mensajes, la escucha atenta de la Palabra de Dios es el mensaje que realmente necesitamos. Ante tan poca satisfacción en medio de tanto ruido, deberíamos preguntarnos ¿Será que Dios nos habla en el silencio? Acaso ¿tenemos miedo al silencio, a esa “nada” en la que encontramos “todo”? Cómo Jesús, después del trabajo y antes de volver a actuar, podemos revisar ¿dedicamos suficiente tiempo a la oración? O bien ¿nos sentimos tan obligados a aprovechar el tiempo, que no tenemos tiempo para orar? Oración es ese espacio silencioso que nos enfrenta con nosotros mismos. Ruido, activismo, prisas… son características casi incuestionables de nuestro mundo.

Jesús en cambio, después de alimentar a la multitud, despidió a los suyos para que “fueran a la otra orilla”, y sí tuvo tiempo para quedar solo en oración. No tenía miedo del silencio orante. Jesús les dice a sus asustados discípulos “no tengan miedo, soy yo”. Soy yo, Jesús, el que apacigua el ruido del viento y las olas, porque yo soy su creador.

Soy Dios mismo, dice Jesús con sus gestos, pero solo pueden reconocer mi poder en el mar calmado. Mientras para los hombres es más fácil alterar que calmar, es más sencillo amedrentar que infundir paz… para Dios todo es posible. Quien -como Jesús- no se deja llevar por los criterios de este mundo, nos sorprende tanto que “nos parece un fantasma”.

Desgraciadamente, muchos siguen considerando a Jesús como un fantasma, solo humo de superstición, pero no presencia real. Muchos siguen viendo a Jesús como una mera idea volátil o alguien a quién acudir para que me “eche una mano”, pero no como lo que es, una persona concreta y cercana. Jesús es el que en medio de la noche tormentosa nos llama a caminar con él, sin sucumbir en la duda. Por último, los golpes que recibe nuestra barca no son contra nosotros, sino contra el proyecto de Dios para el mundo.

No han faltado tormentas a nuestra Iglesia (desde fuera y desde dentro), pero no dudemos porque Jesús no nos abandona. Cuando nos envía a la otra orilla, es porque quiere que nuestra barca muestre el destino final de la humanidad. “No tengan miedo” de surcar los mares de la historia, nos sigue diciendo hoy Jesús. Un mensaje tan desafiante solo puede ser escuchado en el silencio orante. Porque todo inicia en la oración, todo es llevado a la oración.

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