Homilía del señor arzobispo para el XIV domingo del tiempo Ordinario (Mt 13, 1-23)

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Cuando la semilla de la verdad y la tierra fértil de la libertad se encuentran, dan frutos de eternidad. Jesús, es la semilla de vida enviada por la libertad del Padre, que espera ser acogida por la libertad de los hijos. No tener miedo a la libertad significa no tener miedo a morir para sí y dejar vivir a Dios (“el totalmente Otro”) en nosotros, y así, unida la semilla y la tierra por la lluvia del Espíritu, vivir con los otros y para los otros, mostrando nuestro vivir “con Dios y para Él”. Enorme misterio de vida que hoy nos lanza Jesús como un desafío a nuestras seguridades. En otras palabras, el fruto de vida auténtica proviene de la Sencillez -transparencia de la verdad de Dios- que es acogida por el “Humus fértil de la libertad humana”.

“Para que viendo no vean y oyendo no entiendan”, ha explicado Jesús. Porque, así como hay semillas recubiertas de una protección natural, así también el tesoro de la Palabra, en cuanto semilla de vida, quiere “ocultarse” en las parábolas de Jesús a quienes tienen el corazón cerrado. Y que solo quienes realmente “esperan con atención” puedan descubrir “lo que serán como hijos de Dios”. Como en María, la Palabra de Dios viene para asumir nuestro “humus” y hacernos partícipes en el Espíritu “de las primicias del futuro”.

La lectura de Isaías no habla de semillas, sino de la lluvia, tan necesaria también. Hoy sabemos que, con un adecuado tratamiento, casi todas las tierras pueden ser fértiles. Apliquemos a nosotros mismos estos sencillos conceptos: todos podemos ser tierra fértil dónde la semilla de Cristo dé frutos. Se trata de dejarnos inundar por la lluvia de Cristo, es decir, por su Espíritu. Así, la misma Palabra -que es la semilla-, es también la que prepara la tierra y la que la abona. Cristo es el que dispone nuestros corazones, y Él mismo es el que riega con su enseñanza y sus sacramentos, para que demos frutos de amor.

No dejemos que los tres riesgos que explica Jesús en la parábola del sembrador nos dejen estériles: falta de atención, superficialidad, apego a las riquezas. Los tres son pensamientos paralizantes que nos dicen: “no hay salvación” (y por ello no la busco); “no hay una sola salvación sino muchas posibles” (doy la misma importancia a todo y me pierdo); “no hay salvación futura, sino solo presente” (por ello me centro en resolver los problemas de hoy). Son las tres mentiras que nos siguen paralizando, pero conviene recordar con la carta a los Romanos, “que los sufrimientos presentes no tienen comparación con la gloria que un día se nos descubrirá”.

Podemos decir que la “tierra buena” no es la más fértil por sí, sino la más cuidada. Cuidémonos en la verdad. Como decíamos, las semillas tienen un centro de vida -que tiene que morir-, tienen una protección externa -que hay que romper- y les acompaña una masa nutritiva -que sostiene la semilla hasta que tenga sus propias raíces-. La Palabra de Dios es el núcleo de la semilla del Reino y es el agua nutritiva que la acompaña en su crecimiento. Cada eucaristía une la verdad de Cristo y la libertad de nuestra fe, por las que accedemos a “los secretos del reino”, de forma que cuánto más participemos “más tendremos, y nos sobrará”.

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