Reflexión | La misma “mica” en distinto palo

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Si nos tomamos unos cuantos minutos para leer los rotativos del mundo entero en estos días, nos daremos cuenta que por dónde sea que revisemos nos vamos a topar con países cuyos líderes están bajo sospecha de corrupción, directamente acusados de ella o algunos de sus familiares. Es penoso que el gran problema detrás de todo esto, es que el sentido de la ética se ha perdido. Definitivamente que el poder es la enfermedad endémica más contagiosa y peligrosa. El poder es autodestructivo y sobre todo, es increíblemente falso. El poder en sí mismo no existe y creer que es eterno, que puede excusar cualquier proceder o justificar cualquier acción, es más que iluso.

En estos días, por una decisión que tomé al preparar las lecturas del Tiempo de la Pascua, caí en cuenta de varias cosas respecto a la palabreja esta. El asunto es que decidí leer los textos de estos días en el griego en el que fueron escritos y desde ahí partir en su comprensión y posterior predicación. Sé que suena muy magisterial pero la intención no es hacer de la predicación una clase sino de lograr que ella, la predicación, tenga un componente lo más cercano al corazón de sus autores humanos, y sobre todo, de sus destinatarios. Es así que, volviendo a lo que nos atañe, en griego la palabra poder, en general se traduce: exousía.

Realmente, es una palabra compuesta por dos términos. “Ex” que como prefijo pretende apuntar a algo que va de adentro hacia afuera, que sale, que busca algo fuera de sí mismo. Lógico, el prefijo explica, no define. Por su parte, el término “ousía” habla de naturaleza, de esencia, de lo que fundamentalmente se es. Con esto, lo que se me viene a la mente fue un consejo que me dieron hace muchos años: si querés conocer realmente a alguien, dale poder. Al final, la gente saca lo que realmente es cuando se siente en posición de privilegio, se envalentona y si no tiene madurez suficiente, es capaz de perderse y perder a otros.

Nuestras fortalezas y nuestras más grandes debilidades salen a la luz cuando recibimos un encargo, cuando se nos confía algo. Bien es cierto que si, ese encargo nace bajo el auspicio de las democracias, de las confianzas que nos dan un grupo de personas determinadas, a nivel de familia, de iglesia, de grupos particulares o bien de naciones enteras debería legitimar el ejercicio de dicho poder, pero, la historia ha probado que pueblos enteros son manipulables y son, hasta los más cultos, sujetos de engaños mayúsculos. ¿Qué es lo que distingue a un buen gobernante de uno malo? Ciertamente no puede ser un asunto de mera simpatía, popularidad o publicidad. Hay de gobernantes actores, payasos y dramaturgos, marionetas y titiriteros a estadistas, simples servidores. A mi juicio lo que les distingue tiene que ver, como en todo, con la coherencia, cosa que ya ratos se perdió por estos lados porque sólo es malo lo que hacían los del otro grupo, cuando lo hacemos nosotros, es lo correcto y legal.

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