Homilía del señor Arzobispo para el Viernes Santo

Sus heridas nos han curado (Jn 18, 1—19, 42)

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La lectura de la Pasión del Señor nos ha llevado al momento culminante de la vida de Jesús. El profeta Isaías, había adelantado ya su significado: sus heridas nos han curado. Él sufre por culpa nuestra para que nosotros podamos ser perdonados. Un misterio que una vez más, solo podemos entender en este ambiente de fe y arrepentimiento. Donde parece que acaba todo, justo empieza todo. Por su obediencia, dónde parecía vencer el ruido del mal, triunfa el bien sin hacer ruido. “¿A quién buscan?” porque todo hombre busca a Dios aún sin saberlo, pero muchos movidos por el rencor o la ambición no lo reconocen.

Ahí estaba la fuente de su libertad, y ellos lo estaban apresando por miedo a la verdad, miedo a la santidad… ¿miedo a mí mismo? “Este es el hombre”, responderá Pilato, sin imaginar el alcance de sus palabras. Este hombre traicionado, ultrajado y maltratado. En un mundo de la imagen, de las “selfis”, Jesús es el hombre sin apariencia, y en “este hombre” sin atractivo reposa toda la belleza de la historia, la belleza del amor fiel, capaz de compadecerse de nuestra debilidad. Porque Cristo es siempre Dios, el “yo soy” que no se oculta, que nos espera siempre.

El pecado niega a Dios, una, dos, tres veces… pero el canto del gallo en nuestra conciencia nos recuerda que Jesús no nos niega, sino que nos conoce y nos perdona. Las lágrimas del arrepentimiento inician el camino de retorno. Siempre podemos llorar, siempre podemos volver. Esta tarde santa puede ser el momento de tu conversión, pídeselo al Señor. Momento de dejar de beber el agua muerta de tus pecados y beber de los sacramentos que brotan del costado traspasado de Cristo. Pasaremos en unos minutos a adorar la Cruz de Cristo.

No besaremos una imagen muerta, sino a Cristo que murió en una cruz por nosotros. Al abrazar la cruz de Cristo, abrazamos nuestros sufrimientos y estos no terminan, pero sí son transformados. De condenación pasan a ser purificación y redención. No pasaremos sólo para agradecerle un favor antiguo, sino para ver de cerca sus heridas, heridas que testimonian que Él, sin nosotros merecerlo, en la Cruz curó nuestras dolencias. Los heridos, enfermos y pecadores… acérquense a la Cruz de Cristo y serán sanados.

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