El evangelista Juan, que la escuchó, nos cuenta: “Sabiendo que todo estaba cumplido para que se cumpliera la Escritura, exclamó: ¡Tengo sed!” (Jn 18, 1-19). No te referías Señor a la sed indecible de tu cuerpo desangrado, cubierto de heridas abrasadas y expuesto al sol implacable de un mediodía de Oriente. La sed de Jesús revela el deseo de Dios de derribar los muros que nos separan de Él, que nos encierran en nosotros mismos, nos amurallan en nuestra autosuficiencia y nos impiden estar plenamente vivos.
Nosotros también tenemos sed de Vida y de sentido… “Tengo sed”: Tú tienes sed ¿De qué, oh Fuente Viva? Y todos los humanos bebemos en tus ojos moribundos la luz que no se apaga. Tienes la sed del Amor que no tenemos, ebrios de tantas aguas suicidas. Tú, Señor, has sufrido sed de mi, sed de mi amor y de mi vida. Pero también mi alma tiene sed de Ti.
A la sed física de Jesús en la Cruz, hay que añadir siempre la otra sed, todavía mayor: La sed de su gran deseo de dar la vida al mundo. Jesús tiene sed de agua, sí, pero tiene más sed de justicia, de paz, de reconciliación y de amor. “Había allí un jarro lleno de vinagre…Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: está cumplido”. Tomar el vinagre significa aceptar su muerte causada por el odio y así Jesús, muestra su amor hasta el extremo.
“Está cumplido”. Está cumplido. Sí Señor, es el fin. El fin de tu vida, de tu honor, de las esperanzas humanas, de tu lucha y de tus fatigas. Todo ha pasado y es el fin ¿Qué es lo que está cumplido? El amor definitivo e incondicional de Dios. El amor sin cálculo ni medida. Se ha cumplido el amor “hasta el extremo”. Todo ha terminado. Jesús ha llevado a cabo su misión hasta el final. «Está cumplido». De tu parte, ¡sí! De nuestra parte, nos falta aún ese largo día a día, de cada historia humana, de toda la Humana Historia! Tú ya lo has hecho todo, en esta noche que nos cerca (de lucro y de egoísmo, de miedo y de mentira, de odios y de guerras). “E inclinando la cabeza entregó el espíritu”. Sus ojos se cerraron y su cabeza se inclinó hacia adelante. Y su último acto fue entregarnos su Espíritu, el Aliento de su Vida.
Ante la muerte de Jesús guardamos silencio, contemplamos y oramos: Señor Jesús, tu pasión está presente en la historia de toda la Humanidad: la historia de todos los vencidos, humillados, agredidos y pisoteados… Hoy Cristo prolonga su pasión en los pobres, en los que están en paro, en los inmigrantes, en los que viven en las cárceles, en los enfermos por el covid, en los ancianos que se sienten solos y en todos los que viven en el desamor y en la angustia de tantos seres humanos en este año de pandemia.
Esta pandemia del covid nos ha despertado bruscamente del delirio de la omnipotencia del ser humano. Ha bastado un pequeño virus, para recordarnos que somos mortales. En el Rostro de Jesús muerto en la cruz se nos manifiesta todo el amor de Dios al mundo. Pero, ¿Qué hemos hecho nosotros de ese Rostro del amor de Dios? ¿Qué hemos hecho de ese rostro del Amor de Dios que se manifiesta en el crucificado? ¿Qué voy a hacer yo ante este rostro de Amor? En el Viernes Santo se nos invita a mirar la cruz: “Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavada la Salvación del mundo”.
La respuesta es: “Vengan a adorarlo”, que significa vayan hacia Él y bésenlo. Besando la Cruz de Cristo, se besan todas las heridas del mundo, todas las heridas de la Humanidad. Más aún: besando a Cristo en la Cruz, acogemos nuestras propias heridas, nuestras penas íntimas, nuestras soledades y sin sentidos, todo lo que nos agobia y nos angustia. También al besar la Cruz, al besar hoy a Cristo crucificado, acogemos su beso, el beso de su amor que nos reconcilia con nosotros mismos y nos hace revivir.
Cristo nos dice hoy a cada uno: entrégame todo lo que te pesa, todo lo que te esclaviza, todo lo que te agobia, todo lo que te entristece de verdad. Y cada uno de nosotros podríamos decirle: Señor, quisiera entregarte mi vida entera. Hoy viernes santo, miramos tu cruz levantada en lo alto del monte y podemos decirle: Señor, todo lo tuyo nos habla de amor: Tus brazos extendidos, abrazando a todos/as. Tu cabeza inclinada, abandonada en las manos del Padre. Nos amas sin lógica, sin medida, sin nada a cambio.
Nos amas porque lo tuyo es amar hasta el extremo. Cristiano es aquel que mira a la Cruz y en ella se reconoce amado de Dios, amada de Dios. ¡Oh Cristo Crucificado, has colmado al mundo con la ternura del Padre! Tú eres el Rostro de la bondad y de la misericordia, el Rostro de la ternura de Dios sobre cada uno de nosotros y sobre toda criatura humana.