Homilía del Señor Arzobispo para el VI domingo de Pascua

“El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en Él” (Jn 14, 23-29)

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El amor a Jesús es la condición indispensable para guardar su palabra. El amor a Jesús nos hace identificarnos con Él, configurarnos con Él, actuar como Él y amar como Él. Eso es guardar su palabra y Jesús añade: “Vendremos a Él y haremos morada en Él”. ¿Qué quieren decir estas palabras? Dios no tiene que venir de ninguna parte, ya está en lo profundo de nuestro ser. Dios está ahí desde siempre.

Vivimos fundamentados en Él desde siempre. Ahora bien, el tomar conciencia de su presencia, es como si viniera. Así que, Dios vive en el corazón de cada ser humano. Vive en lo más íntimo de nosotros mismos. Esta es la Buena Noticia: Que Él nos ama, que Él está con nosotros para siempre. Queda superada nuestra soledad radical. Ya nunca podemos sentirnos solos o solas, porque ahí donde nos sentimos solos/as, Él es una compañía, ahí donde parece que estamos solos. Jesús concluye su despedida con un deseo: “La paz les dejo, mi paz les doy: no se las doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde”.

La palabra utilizada por Jesús es “shalom”. Con ella los judíos se saludaban y todavía se saludan entre sí; con ella saludó Jesús Resucitado a los discípulos la tarde de Pascua. La paz está en muchísimas ocasiones en boca de todos, es un deseo profundo del ser humano: vivir en paz. Todas las personas de buena voluntad queremos vivir en paz, en una sociedad en paz, en un mundo en paz. Pero Jesús matiza: “No se las doy como la da el mundo”. No es la paz del mundo, que proviene de los que han vencido… La paz de la que habla Jesús tiene su origen en el interior de cada uno. Para Jesús es la paz fruto del amor.

Por eso, no se puede soñar una paz digna mientras se acreciente la injusticia en el mundo. ¿Puede existir la paz en el mundo cuando millones de seres humanos son excluidos por el hambre, la pobreza y la violencia? Vivimos en un mundo violento, lleno de conflictos, por afán de poder. Pero recordemos que esta paz que Jesús nos deja comienza en nuestro propio corazón, necesitamos desarmar nuestro corazón, despojarnos de la ambición posesiva, de movimientos interiores de violencia, de agresividad, de distancias…. En nuestro corazón percibimos que hay dificultades que provocan divisiones, resentimientos y rencores, pero el Señor nos ha prometido su paz que puede vencer todos los obstáculos y superar todas nuestras barreras. Sí, esta paz, comienza antes de nada en nuestro propio corazón.

Es nuestro corazón el que necesita una paz interior. Que la paz comienza por uno mismo y en uno mismo, conviene recordárnoslo siempre. Por eso, nos preguntamos: ¿Dónde experimento la verdadera paz? Jesús añade: “Que no tiemble su corazón ni se acobarde”. Jesús quiere liberarnos del temor y de la inquietud que nos paralizan. Es como si nos dijera: estaré muy cerca de ustedes, no los abandonaré nunca, nada podrá destruir mi amor por ustedes. Qué fácil es decirlo, pero, ¿Cómo calmar la ansiedad, la inquietud, el nerviosismo y el estrés que nos devora a todos y nos impide disfrutar de esa paz ofrecida siempre? Acogiendo la paz que Jesús Resucitado nos ofrece siempre en nuestro corazón. “Me voy, pero volveré a ustedes”. Jesús es consciente de que su muerte se acerca con paso decidido.

Apenas le quedan un número escaso de horas de estar con sus discípulos. Después, vendrá su muerte. Es como si Jesús les dijera: “Soy un hombre limitado como ustedes, sujeto a la misma finitud que ustedes. Pero, “volveré a ustedes”. Por su resurrección Él ha vuelto a nosotros y permanece unido a todo ser humano. Él nos acompaña en el camino de la vida y parte para nosotros su Pan. Sí, Cristo, por tu resurrección, eres una presencia en nuestra vida. Señor, que nuestro corazón pueda percibir la claridad de tu presencia y que podamos entablar contigo una relación de amor que no termine nunca, así guardaremos siempre tu Palabra.

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