Homilía del Señor Arzobispo para el V domingo de Cuaresma

“La fuerza de las lágrimas de Cristo” (Jn 11,1-45)

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Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa

La tierra sola, sin más, es un desierto, pero cuando se le añade agua y luz, aparece algo maravilloso que llamamos vida. Y lo que ocurre en la naturaleza también en el espíritu, por el sacramento del Bautismo.

La arcilla primera de nuestra humanidad física es como aquellos huesos que encontró el profeta Ezequiel. En el bautismo ese soplo de vida nueva se da por el agua y el espíritu. Estos domingos la liturgia cuaresmal nos presenta nuevamente las catequesis del itinerario de la iniciación cristiana; agua, luz, vida. A partir del “nuevo nacimiento” por el Bautismo (o “iluminación” como nos proponía San Juan el pasado domingo), se concreta la presencia de Dios en nosotros y de nosotros en Dios. El Espíritu “infunde en nosotros una nueva vida en nuestros cuerpos mortales” (Rm 8,11). Esa nueva vida tiene vocación de eternidad, pero no está exenta de fragilidad.

Trascendencia y vulnerabilidad son dos elementos profundamente humanizantes. A pesar de contar con un llamado tan alto, por el pecado caemos en la muerte espiritual, que queda simbolizada por el sepulcro cerrado. Necesitamos escuchar la voz de Jesús, el amigo, que se acerca a nuestra tumba, como lo hizo ante la de Lázaro y nos dice: “Amigo, sal”. Sal de tu error, de tu miedo, de tu egoísmo, de tu incredulidad. Sal de tu pecado, despierta y vive.

No camines más en la noche de tus apetitos desordenados nos dice Jesús en esta Cuaresma: conviértete para que puedas vivir en comunión conmigo y con tus hermanos. Hay una pregunta que nos podemos hacer, a Lázaro ¿qué lo despertó?, ¿El grito de Jesús o sus lágrimas? Recordemos: poco dura el efecto del grito sin la compasión de las lágrimas. Salió con las vendas de la mortaja, porque para todos, menos para Jesús, Lázaro es- taba definitivamente muerto.

Jesús hace lo que solo él podía hacer, despertar a su amigo. Pero es tarea de los presentes “quitar las vendas y el sudario” para que Lázaro pueda andar. Hay veces que Jesús perdona y rehabilita, pero le corresponde a la comunidad, acompañar de la mano al que ha salido de su oscuridad, para que pueda caminar junto a nosotros. Nos recuerda que la Iglesia no es una comunidad de perfectos, sino de redimidos por “el amor hasta el extremo” de Cristo.

Como decimos, el agua, la luz y la vida son catequesis bautismales. No está mal recordar, que, aunque haya agua y luz, no brotará la vida nueva si no hay un sustrato, un “humus” sobre el que modelar la nueva existencia. Esa tierra somos cada uno de nosotros con toda nuestra condición humana, en la cual no solo se da una vida biológica, sino divina. Las lágrimas de Cristo, que llora por nuestros pecados, tienen el poder más grande y hermoso: la fuerza de la compasión divina por la que somos redimidos.

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