Homilía del señor Arzobispo para el Sábado Santo

“Jesús va delante de nosotros” (Mc 16, 1-7)

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El crucificado, ha resucitado, no está aquí -en el sepulcro de la muerte-, antes bien, va delante vuestro a Galilea”. Así les habla aquel joven vestido de blanco a las tres mujeres y nos sigue interpelando a nosotros, para quienes este Evangelio es siempre motivo de novedad y alegría. Dios sabía que las mujeres – superando las dificultades- iban a caminar temprano.

Pero el Señor aún madruga más y envía al ángel para que las calme, las haga ver la evidencia del sepulcro vacío y las envíe en misión. Ellas se convierten así en apóstoles de los apóstoles, movidas por el amor a Jesús. También hoy necesitamos “mujeres del alba” que hablen al corazón de la Iglesia y nos hagan despertar de nuestros miedos y acomodamientos. Ellas que iban a completar los ritos de sepultura (es decir, la derrota de la muerte) son transformadas por alguien que no está allí, porque va delante. Jesús es el que va delante de nosotros en el camino de la vida. No solo en Galilea, inicio de su misión y reinicio de la misión de la Iglesia, Cristo va siempre delante de nuestras perspectivas, pero a la vez, siempre nos espera.

El eterno, que nos precede en la existencia, como Buen Pastor, camina delante del rebaño en el peregrinar de la historia, y como primogénito, vuelve a los cielos para prepararnos sitio. Esta gran vigilia, “diferente de todas las otras noches”, culminará con la liturgia de la Eucaristía. Recordamos también aquella noche de la liberación, que da inicio al Éxodo, en la que se debía sacrificar un cordero por familia. Nada debía perderse y para ello convenía invitar a otras familias. Aquella antigua Pascua ya fue una cena en comunidad. Así también, la Iglesia hoy, en la noche de Pascua invita a toda la familia humana para que el Cordero inmolado -que es el mismo resucitado- sea alimento para todos los hambrientos de vida y signo de protección para todos los sedientos de libertad. Un Cordero sacrificado, expresado hoy en un solo Pan, que se daba a cada uno conforme a la porción que pudiera comer.

Muy interesante esa proporcionalidad. Que no hace diverso el contenido de cada fragmento del pan partido, sino que admite a una misma comunión a personas distintas, y a nosotros mismos que cambiamos con el tiempo. Es así como la vivencia pascual, podríamos decir, se manifiesta de forma diversa en cada persona, y cada persona -en su idiosincrasia- manifiesta la misma Pascua. Las mujeres debían ir a decir a los discípulos y a Pedro. Muy interesante distinción, ya desde el inicio Pedro recibe una manifestación y una misión propias, no como privilegio aislado, sino como garantía de unidad en la Iglesia. Por ello, así como el Resucitado fue delante a Galilea, así hoy corresponde a Pedro, como pastor universal, caminar delante de los hermanos, mostrando a todos el camino que Jesús inició. La fuerza de la Vigilia Pascual, podemos decir, nos une más íntimamente a Cristo y a nuestros hermanos. Sigamos adelante juntos.

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