Homilía del Señor Arzobispo para el Jueves Santo-La Cena del Señor

“Los amó hasta el extremo”

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Hoy, Jueves Santo, es un día entrañable para todos nosotros los cristianos: nos recuerda la institución de la Santísima Eucaristía, el mandamiento del amor fraterno y la institución del ministerio sacerdotal.

El texto del libro del Éxodo que hemos escuchado en la primera lectura nos describe cómo celebraba el pueblo de Israel su cena pascual, empezando por aquella noche decisiva de su historia, cuando Moisés, con la ayuda de Dios, los sacó de Egipto y empezó el Éxodo de su liberación. Esta cena histórica está descrita con algunos ritos: la reunión familiar, el sacrificio del cordero y el pan ázimo sin fermentar. Es un memorial en honor del Señor, en recuerdo y actualización del amor de Dios que salva a su pueblo. Es también lo que celebró el Señor Jesús con sus discípulos antes de darle a sus gestos y palabras un sentido totalmente nuevo: el memorial de su Pascua.

“Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles”, nos ha dicho el salmo responsorial. Pero su amor y su poder lograron lo que parecía imposible: liberar al pueblo de la esclavitud. La copa de la salvación, que para el salmista era acción de gracias “por todo el bien que me ha hecho”, es para nosotros la seguridad de que “el cáliz de la bendición es la comunión con la Sangre de Cristo”.

El texto de San Pablo en la segunda lectura nos hace ver que ahora celebramos la Pascua Cristiana, la que el Señor Jesucristo nos dejó como testamento antes de iniciar su pasión: la Santa Eucaristía. En Corinto dejaban mucho que desear las reuniones eucarísticas. Por eso San Pablo les reprocha duramente: “Les resulta imposible comer la cena del Señor”, eso que ustedes celebran no es la Eucaristía que Cristo pensó. El gran pecado de los corintios era la falta de fraternidad: “Desprecian a la comunidad y avergüenzan a los pobres”.

Lo que pensó el Señor Jesús con la Santa Eucaristía es precisamente lo contrario: Él ofreció a todos su Cuerpo y su Sangre y nos encargó que hagamos el memorial precisamente de esa entrega. Esta situación de la comunidad de Corinto hizo que San Pablo describiera por primera vez en todo el Nuevo Testamento el relato de la Última Cena del Señor Jesús, la institución de la Santa Eucaristía que todavía no había tenido ocasión de describir los cuatro evangelistas. Es muy lógico que esta noche se proclame en todas las comunidades de la Iglesia este pasaje. El Señor Jesús le dio a ese pan partido y a esa copa de vino un sentido trascendental: son su propio Cuerpo y su propia Sangre.

En el Evangelio de hoy San Juan, cuando inicia el relato de la Última Cena no nos cuenta la institución de la Eucaristía como lo hacen los otros tres evangelistas. Nos dice que el Señor Jesús, “sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre”, o sea, de su éxodo personal, para manifestar a todos su amor “hasta el extremo”, antes de ir a su pasión, realizó el gesto simbólico de lavarles los pies a sus discípulos. San Pedro, incapaz de comprender cómo el jefe y maestro del grupo pueda humillarse de esa manera se niega a que le lave los pies, hasta que Jesús le amenaza con lo que Pedro no podía de ningún modo admitir: “si no te lavo no tienes nada que ver conmigo”.

El final de esta escena es un mandato para que también ellos y nosotros le imitemos en su vida: “Pues si yo, el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros”. El Señor Jesús inició su Triduo Pascual con una cena. Nosotros, también. El Señor Jesús, cuando iba a emprender su Pasión, quiso anticipar sacramentalmente, con los signos del pan y del vino, su entrega en la cruz. La Eucaristía es siempre memorial y actualización de la muerte salvadora de Cristo: “El cual, al instituir el sacrificio de la eterna alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de salvación en la cruz y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya. Su carne inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece.

Su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”. Por eso, “Cada vez que celebramos este memorial de la muerte del Señor Jesús, se realiza la obra de nuestra redención”. Esta Pascua es también nuestra. Se nos regaló el día de nuestro Bautismo como nos dice San Pablo escribiendo a los Romanos: “¿O es que ignoran ustedes que cuántos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte? Fuimos con Él sepultados por el bautismo en su muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,3-4).

Pero además, nos encargó que celebráramos hasta su regreso, un memorial de esa Pascua en forma de comida, participando de su cuerpo entregado y de su sangre ofrecida por la humanidad. Es lo que nos presenta hoy San Pablo con el mandato: “Hagan esto en memoria mía”. Nuestra Eucaristía es un “hoy” siempre en una tensión dinámica entre el “ayer” de la muerte Pascual de Cristo y el “mañana” de su segunda venida gloriosa. Tenemos muchos motivos para alegrarnos de que el Señor Jesús instituyera un sacramento en el que participamos de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada.

Es ante todo alimento para nuestro camino. Con esto, el Señor Jesús nos quiere dar fuerza para que culminemos el camino de esta vida y lleguemos con Él a la Pascua Eterna. Pero tampoco podemos olvidar el día de hoy otra lección entrañable que nos dio el Señor Jesús. Una lección de caridad servicial y de amor fraterno, sobre para los que tienen que ejercer algún tipo de autoridad. El lavatorio de los pies tiene una clara relación con la muerte del Señor que se entrega totalmente por amor al prójimo. En la última cena se despoja de su manto y lava los pies a sus discípulos. En la cruz se despoja incluso de su vida para dar vida a todo. Tanto en la cruz como en la Eucaristía brilla la lección de amor fraterno universal.

Celebrar la Pascua del Señor debe reflejarse en nuestra existencia, especialmente en la caridad fraterna, servicial, si hace falta con el sacrificio como la del Señor Jesús. La caridad no es algo añadido a la Eucaristía. Es algo que está muy dentro. Por eso preparamos la santa Comunión con la petición del Padre Nuestro “perdónanos como nosotros perdonamos”, con el gesto de la paz, y con el gesto simbólico del pan compartido. ¿Queremos ser discípulos de Jesús?

Él mismo nos indica hoy el camino: Hagan lo que yo he hecho, celebren la Eucaristía en mi memoria, reciban mi cuerpo y mi sangre como alimento, y luego lávense los pies los unos a los otros, amándose como yo los he amado. Esto nos compromete a todos en la vida familiar y en la vida de la Iglesia a una actitud de servicio y de entrega. Si celebramos bien la Eucaristía y crecemos en el amor fraterna, entonces sí se podrá decir que hemos aprendido bien las enseñanzas del Señor Jesucristo y estamos celebrando bien su Pascua.

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