Homilía del Señor Arzobispo para el IV domingo de Pascua

“Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 17-30)

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El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús como el Pastor que reclama que escuchemos su voz y que le sigamos: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen”. Jesús nos invita hoy a reconocer su voz entre tantas “otras voces” que nos llegan y que nos bombardean a diario informándonos y llenándonos de palabras vacías… Necesitamos “escuchar su voz”… Recibimos y observamos imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran ofrecer, que alimentan nuestra superficialidad y nuestra evasión. Pero, la voz de Jesús no es aduladora, ni promete falsos paraísos, ni miente, es una voz fascinante y cercana que no grita, sino que susurra y se hace oír en el silencio.

Es una voz que nos hace vivir de verdad. Sí, hoy necesitamos “escuchar su voz”, la voz de Jesús y distinguirla de las “otras voces” que gritan fuerte en nosotros y hacen demasiado ruido: Son las voces de nuestros sentimientos negativos, de nuestras necesidades frustradas, de nuestras ambiciones de poder, la voz de la cultura dominante que nos aliena y nos manipula,… ¿Somos capaces de diferenciar estas “voces” en nosotros y seguir la voz de aquél que nos libera de verdad? Su voz no manipula ni instrumentaliza a nadie.

Realmente es la voz que libera de verdad… Escuchar su voz implica secundar esas llamadas interiores y llevarlas a la práctica. Tal vez podemos preguntarnos: ¿Escucho la voz del Señor? ¿La reconozco? ¿Cómo la sigo? Que por encima de otras voces que oímos y nos atontan, escuchemos la voz de Jesús que nos llama a una vida plena de sentido. “Yo conozco a mis ovejas”: el Pastor se autodefine como el que «conoce» a las ovejas. No genéricamente, sino personalmente, una a una. “Conocer” en el leguaje bíblico, significa establecer una relación de amor con una persona. El conocimiento en este sentido expresa una intimidad de amor. El verbo conocer indica una relación de amor entre Jesús y los suyos.

Esta relación de conocimiento-amor es tan profunda, que Jesús la compara a la que existe entre Él y el Padre. El “conocer” tiene un sentido muy fuerte; Jesús, conoce, es decir, ama, a cada una de sus ovejas y vela por ellas. Jesús nos ama como únicos, su amor, su misericordia y su perdón, están siempre presentes en nuestra vida, incluso aunque no seamos conscientes de que somos amados. El que ama a alguien se empeña en afirmar lo valioso que es esa persona para Él. La persona que se siente amada comienza a valorarse a sí misma. Podemos decir que el amar es estar empeñado en que el otro exista. Amar a alguien es decirle al otro: “Quiero que tú existas”. Así es también en el amor que Jesús nos tiene.

Cuando nos abrimos a la experiencia de ese amor, la vida se despierta en nosotros y florecen los desiertos de nuestro corazón. ¿No es esa también mi experiencia hoy? “Y ellas me siguen”. La fe cristiana consiste en seguir a Jesús por amor, viviendo como Él vivió. Seguirle es acoger y cuidar gozosamente todo lo que da vida, teniendo en cuenta “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”. Seguir a Jesús es hacerse cargo de la realidad de nuestro mundo; asumir también la responsabilidad de favorecer también un mundo más justo y más solidario, aportando nuestra parte. ¿No ha llegado el momento de decidirme por seguir a Jesús con esperanza? ¿Por qué me resisto a reorientar mi vida siguiéndole a Él y teniéndole como referencia definitiva en lo cotidiano de mi vida? ¿No necesito volverme de corazón a Él? Y fruto de este conocimiento-amor, Jesús dice: “Y Yo les doy la vida eterna”. Es decir, el don de Jesús a los que le siguen es la vida definitiva, la vida que no termina nunca, pues la calidad de vida que Él comunica supera la muerte: los cristianos apoyados en el Resucitado, creemos que la vida no termina con la muerte.

Sin duda, esta postura puede ser rechazada y hasta ridiculizada en nuestra sociedad. Cada uno tendrá que preguntarse dónde ha descubierto una luz más luminosa, un camino más estimulante y una esperanza más bella para enfrentarse a la vida cada día. Y “nadie las arrebatará de mis manos”, Jesús es el Pastor que defiende a los suyos hasta dar la vida, siguiendo a este Pastor, podemos estar seguros. Ni siquiera la muerte logrará romper la unión profunda con Él. Porque la vida que el Pastor da a sus ovejas es la vida definitiva.

Quizá no siempre nos creemos que estamos en buenas manos. Jesús nos asegura que nadie podrá “arrebatarnos de sus manos”. Esta es la garantía del amor más grande. Ya nada ni nadie nos puede separar de su amor. Que hoy podamos renovar nuestra confianza en Él como nuestro único Pastor, diciéndole las palabras de la liturgia del Salmo de hoy: “Tú, Señor, eres mi Pastor, nada me falta, aunque pase por valles de tinieblas no tengo miedo, porque Tú vas conmigo…” (Salmo 23).

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