La visita del ángel Gabriel a María es primicia de la visita de Dios a su Pueblo. En Jesús, no nos visita un mensajero, sino el mismo Dios. Con su nacimiento en Belén, Jesús funda una nueva dinastía y su descendencia -en la fe- perdura por siempre. Lo que María es para los creyentes, la Iglesia lo es para el mundo: motivo de Esperanza. La Navidad es un gran acontecimiento, al que muchos le tienen miedo. Sí, miedo a la Navidad. No a las luces y los cantos, sino al misterio que la origina. Porque un encuentro próximo produce algo de temor y algo de esperanza, y la Navidad, nunca lo olvidemos, es el encuentro más grande de la historia: lo divino y lo humano se abrazan. Y esto puede producir conciencia de pequeñez e indignidad.
Y como este mundo lo pequeño lo manipula explota, entonces, si falta la fe, tenemos miedo a que Dios, actúe así con nosotros. En cambio, María, que en su humildad se sabe pequeña y necesitada, confía y obedece, porque, al mismo tiempo, se sabe hija de Dios. Lo que no podía saber, es que, por el poder del Espíritu Santo, ella, la humilde hija, iba a convertirse en Madre. Éste es el gran y bello misterio al que nos preparamos. Las lecturas de hoy recuerdan las promesas del pasado, que se cumplen en Jesús, pero, que, sobre todo, nos hablan del futuro. El cristiano se sostiene en la Palabra recibida y avanza fiándose de la Palabra. Ser cristiano como María es confiar cada día en la Palabra de Dios y vivir nuestra vida cotidiana con la sencillez y autenticidad de María en Nazaret. Vivir como vivió María es, de alguna manera, vivir una Navidad permanente.
La eternidad visita nuestra historia e instala su tienda entre nosotros, para que descubramos que Dios habita en medio nuestro más profundamente que nosotros mismos. Dios, el que era antes que nosotros, está entre nosotros y nos abre a la plenitud. En Navidad somos visitados por Dios. Compartimos el gozo de la Navidad cuando nosotros visitamos a otros. ¿A qué persona o familia puedo visitar esta Navidad que hace tiempo no he visto? ¿Quién no espera mi visita, pero se alegrará de que me acerque a él? ¿Quién no puede visitarme a mí, o no quiere, pero yo sí debo ir a visitarle? Estamos ya en la víspera de Navidad, todo está dispuesto externamente, ¿lo estamos también internamente? Ante la visita de Dios mismo, se nos invita a no tener miedo, sino a compartir con María la alegría de la Navidad porque Dios está muy cerca.