Homilía del Señor Arzobispo para el III domingo de Pascua

“Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla” (Jn 21, 1-13)

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El Resucitado aparece en el marco incomparable del mar de Tiberíades a una comunidad decepcionada por el escándalo de la cruz. Nunca pensaron que volverían a encontrarse con Él. Acaba la noche y las luces primeras del día traen a la playa a estos sufridos pescadores fracasados una gran experiencia. “Estaba ya amaneciendo”, la luz del amanecer coincide con la presencia de Jesús Resucitado: Jesús es la luz del mundo, su presencia es el día que nos permite vivir nuestra vida con sentido.

El Resucitado es como la luz del sol al amanecer que disipa nuestras sombras. Estaba allí cuando comenzó a amanecer, había estado toda la noche, pero no supieron reconocerlo. El drama de nuestras vidas es que no sabemos reconocerle cuando Él sigue estando presente en la orilla; Él es el amigo que se hace visible al amanecer el día. “Aquella noche no lograron pescar nada”. Los discípulos habían vuelto a la pesca (después del fracaso de la cruz). Y “Aquella noche no habían pescado nada.” La noche representa la ausencia de la luz, que es Jesús Resucitado y en esa ausencia no podemos nada, sin Él todo se hace oscuro.

La noche había sido dura y larga en la barca. Habían lanzado la red una y otra vez, para sacarla cada vez más vacía… A veces, en nuestra vida, parece que todo se nos pone en contra y nuestras redes están vacías, Aunque vivimos “La civilización del espectáculo” como ha escrito Mario Vargas Llosa, nuestras vidas, a veces, están terriblemente vacías. De repente, se oye una voz: “Muchachos”. En la orilla, perciben la silueta de alguien que les llama: “Muchachos, ¿Tienen pescado? El término “Muchachos” (En griego “Muchachos” (paidion) diminutivo de (pais) = niño) está lleno de cariño. Es como si les dijera: “chavales”. Esta expresión les recuerda los tiempos de su juventud: “muchachos” … Y quizá, inconscientemente, a aquel momento en que se sintieron seducidos por Él y lo dejaron todo para seguirle.

Jesús les pregunta si tienen algo con qué alimentarse. (El alimento de Jesús consiste en llevar a cabo la obra del Padre). Eso es lo que Jesús pregunta a los discípulos.: “Muchachos, ¿Tienen pescado?”. A esta pregunta, los discípulos responden secamente todos a una: “No”, mostrando su decepción. En la ausencia de Jesús, no pueden realizar la obra del Padre. Cuando nos limitamos a hacer cosas, incluso aunque nuestra jornada esté repleta de actividades, al final, nos encontramos vacíos; nos falta algo, nos falta alguien. Nosotros también necesitamos preguntarnos: ¿Qué alimenta nuestra vida, ¿Qué la sostiene y llena de sentido mi vida? Jesús tiene confianza en ellos y les grita: “Echad la red a la derecha”. A nosotros también Jesús nos dice hoy: “Echad las redes”, tomad los medios. Sí, vamos a echar las redes a pesar de nuestras dificultades, de nuestros cansancios, incluso de nuestros desalientos.

Sí, aunque sintamos nuestra vida estéril, que hemos trabajado toda la noche y no tenemos nada. Pero hace falta echar las redes en la buena dirección. “Echad las redes a la derecha”. Hoy nos toca a nosotros echar la red donde Jesús nos indique… Hacia tu hermano/a que sufre; a quien necesita comprensión, una amistad sincera; al enfermo/a, al que está sin trabajo, hacia tantos necesitados… ¿Estamos dispuestos a echar nuestras redes? Los discípulos siguen la indicación de Jesús y la red se llena de peces. En nuestra vida pasa igual, cuando hacemos nuestra parte, Dios nos da sobreabundantemente. El milagro no son los peces, son sus corazones transformados, llenos de esperanza. “Y aquel discípulo a quien Jesús quería, le dice a Pedro: “es el Señor”. Hay que subrayar que el discípulo a quien Jesús tanto quería es el que reconoce la presencia del Señor. Solo este discípulo descubre la presencia del Resucitado y Pedro no; solo el que tiene la experiencia del amor de Jesús, solo el que se siente amado de verdad, es capaz de vislumbrar el misterio de esta Presencia: “Es el Señor”.

Nuestra tarea es descubrir su presencia… “Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua”. Pedro no había percibido la presencia del Señor Resucitado, pero al oír lo que le dice el otro discípulo, intuye interiormente su presencia. Entonces, “Se ató la túnica y se echó al agua” para expresar su disposición a dar la vida. Pedro es el único que se tira al mar por ser el único que ha de rectificar su conducta ante Jesús negándole tres veces. Su gesto simboliza una nueva actitud ante Jesús.

¿No tendríamos nosotros como Pedro tirarnos al agua, es decir, renovar nuestra confianza en Jesús en esta Pascua? “Al saltar a tierra, ven unas brasas, un pescado encima y pan”. En la tierra, lo primero que ven estos discípulos no es a Jesús sino las brasas, el pescado y el pan. Cuando la noche no nos ha dado nada, Él nos espera con unas brasas encendidas, símbolo del fuego de su amor. Las brasas, el pescado y el pan, son las expresiones del amor de Jesús Resucitado hacia todos nosotros. Las brasas, el pescado y el pan son también símbolos de la Eucaristía. Sí, la Eucaristía es la señal de su acogida y de su amor a todos nosotros y a todos los seres humanos. ¿Acogeremos cada Eucaristía como expresión del Amor de Cristo? El Evangelio termina con la invitación de Jesús: “Vamos, almorzar”.

Jesús nos invita a tomar su alimento, la Eucaristía. Este alimento es la muestra perenne de su amor… ¿Cómo vivimos nuestras eucaristías en las que el Señor se hace presente como alimento para nuestro camino? Hoy podemos decirle: Señor, deseamos abrirnos a ti y desafiar la noche oscura… Sin ti, sin tu presencia viva no podemos nada. Nuestra red sigue estando vacía y no sirve para nada el esfuerzo de echarla una y otra vez… Ayúdanos a trabajar sin cesar por un mundo más justo y solidario. Haz que al amanecer de cada día renovemos nuestra confianza en ti y el deseo de seguirte siempre.

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