Homilía del Señor Arzobispo para el Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

“Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”

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Esta pregunta constituye el corazón del Evangelio… Es una pregunta que Jesús hace a sus discípulos y también a nosotros hoy. Esta escena se sitúa en Cesárea de Filipo, ciudad construida junto al Jordán como homenaje del rey Filipo al César romano. Comienza Jesús con una pregunta general: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Se trata de un sondeo de opiniones de los otros… A continuación, les plantea la pregunta de una manera personal: “Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo?”. Jesús contrapone sus discípulos “ustedes” a “la gente”. “¿Quién dicen que soy yo? Esta pregunta es también para cada uno de nosotros.

Necesitamos sentir esta pregunta como dirigida a cada uno personalmente. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué lugar ocupa en mi vida? Jesús, ¿Es realmente el centro de mi vida? ¿Le damos primacía absoluta en nuestras comunidades y en nuestra Iglesia? ¿Lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Es Jesús quién llena mi corazón vacío de sentido? ¿Me siento feliz de haberme encontrado con Él? ¿Me comprometo con su causa, la causa de los necesitados? Andrés Gide, a pesar de su rebeldía contra el cristianismo escribe: “Se que no existe nadie más que Tú, capaz de apagar mi corazón exigente”. Y Dostoievski en una carta a una persona escribe: “No hay nada más bello, más profundo, más amable, más razonable y perfecto que Cristo y, no solamente no hay nada, sino no lo puede haber”.

Y San Hilario de Poitiers, exclama: “Antes de conocerte, yo no existía”. Ciertamente Jesús es la expresión más elevada, más pura y más fecunda de la humanidad. En Jesús se encarnan los valores que constituyen la base de una civilización plenamente humana: Jesús es lo mejor de nuestro mundo, aquel que llena de sentido nuestra vida humana. San Pedro, respondió diciéndole: “Tú eres el Mesías”. Pedro, de manera intuitiva, en un arranque de brillantez, tiene una genialidad que desvela el secreto de la identidad de Jesús: “Tú eres el Mesías”, Tú eres el esperado, eres nuestro maestro, nuestro horizonte, nuestro guía. Pedro habla en nombre de todos. Pero, esta respuesta de Pedro está mezclada con una fe en un Mesías triunfal.

La persona de Jesús tenía un gran atractivo. Todo el mundo que le escuchaba quedaba maravillado. Todos se sentían amados y aceptados. Era la esperanza de mucha gente en Palestina. Pero, esta respuesta de Pedro está condicionada por la ideología religiosa, proyectando sobre Jesús el ideal mesiánico del pueblo judío…Pedro anhela un Mesías triunfal, un líder político que se haga con el poder y se adueñe de la situación. Jesús no quiere generar más violencia en el mundo, por eso, les anuncia con toda claridad su Pasión: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días”.

Jesús ve su futuro tan evidente y tan contrario al triunfo que ellos esperan que les habla con claridad de su Pasión y final trágico. Jesús es consciente de que el poder establecido no lo acepta y está dispuesto a darle muerte y es ahí donde se manifiesta su “amor hasta el extremo”. Entonces, Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pedro está condicionado por su necesidad de poder, de triunfo y habla a Jesús como de superior a inferior. Jesús le dice: “Ponte detrás de mí, satanás”, es decir, invita a Pedro a colocarse detrás de él, como corresponde a todo discípulo, caminando detrás del maestro. Es como si le dijera: No me indiques tú el camino, yo sigo mi camino y tú ponte detrás. Después Jesús llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Si alguno quiere venir en pos de mí, Jesús no obliga a nadie a seguirle, respeta siempre nuestra libertad. “Negarse a sí mismo” quiere decir no estar centrado en sí mismo de manera egocéntrica, sino en el prójimo, es decir, en amar de verdad, en liberar nuestra capacidad de amor gratuito.

En definitiva, es como si les dijera: se trata de renunciar a sus ambiciones de poder, a sus necesidades exageradas de ser importantes, a sus intereses personales y, quizás, de perder la vida por mí y por el Evangelio. “Tomar su cruz y seguirle”: tomar la cruz no es solo llevar bien los dolores inherentes a la condición humana, sino asumir también el riesgo que supone el seguir a Jesús y ser fiel a lo profundo de sí mismo, tomando opciones coherentes con los valores del Evangelio. Seguirle es entrar en una relación personal con Él. Jesús concluye: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”.

Jesús nos invita a “perder” no lo esencial de la vida sino lo efímero e ilusorio. Es un perder para ganar vida y libertad. Hay que subrayar que dice “por mi” que expresa un vínculo fuerte y vital con su persona. Jesús es tan valioso que nos permite perderlo todo y seguirle por el camino. Que hoy, en este domingo, podamos abrirnos al Señor para decirle: Tú eres aquel que llena de sentido nuestra vida y nos abres un camino de esperanza. Tú, Jesús eres alguien que permaneces cerca de cada uno de nosotros, como una luz en la oscuridad.

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