Homilía del señor arzobispo para el domingo XII del tiempo Ordinario

"Pensar y actuar como Jesús"

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Si Jesús corrige a Pedro, porque éste “piensa como los hombres, no como Dios”, debemos preguntarnos: ¿cuáles son los pensamientos de Dios? Son los que acaba de anunciar Jesús: “se hace necesario ir a Jerusalén, afrontar el sufrimiento, morir y resucitar”. Para los apóstoles que, como nosotros, preferían el camino más ancho y sin esfuerzo, les sorprende que Jesús elija el camino estrecho y profundo. Pero mientras en el pensamiento humano muchos quedan olvidados, en el de Dios todos caben: pecadores, pobres, enfermos, descartados… Por ello, aquel que, en el pasaje del domingo pasado, era “piedra de la fe”, hoy es llamado “piedra de tropiezo” para que Jesús cumpla la voluntad de Dios. Sabemos que Pedro quería a Jesús, “tú sabes que te amo”, y pareciera que Jesús le responde: “está bien, pero no olvides que yo te amo más”.

Ahí entendemos el error de Pedro: confiar más en su propia razón, que, en la palabra de Jesús, en quién se cumplen todas las promesas (“no conviene que tú sufras y mueras”, le dice Pedro). Se hace manifiesto que “así como distan el cielo de la tierra, así de lejanos son nuestros criterios de los de Dios”. A veces abrazamos tanto nuestra vida, que no le dejamos a Dios abrazarnos. Nos aferramos a nuestros pensamientos, sin dejarnos sorprender por los pensamientos de Dios. El pensamiento humano tiene prisas, quiere estar seguro y cómodo. Jesús, en cambio, nos pide: perder la vida para ganarla.

Morir para vivir, porque solo resucita quién ha muerto. Dios quiere nuestro bien mayor y para siempre. Por ello, Jesús no solo acepta su pasión y muerte, sino que invita a quién quiera seguirle a cargar con “su cruz”, para así alcanzar con él la resurrección. Llamativa forma de invitar a seguirle, Jesús pide: primero libertad, “el que quiera”; segundo, verdad, “tenéis que renunciar a vuestros criterios”; tercero radicalidad, “cargar con la cruz”. El discipulado de Jesús solo se puede dar en la libertad, la verdad y la radicalidad.

El hombre, sin Dios busca “ganar el mundo”; cuando no lo gana, se frustra; y cuando lo gana sigue sufriendo, porque descubre que no tiene lo que buscaba. Ya que en verdad el corazón humano lo que aspira es a vivir en plenitud y por siempre. Por ello este mundo piensa en gozar esta vida, porque no conoce otra. La lógica del cristiano es distinta: no teme perder su propia vida, porque cree en aquél que ha dado su vida por él. Por eso Cristo es nuestra paz. El pasaje de hoy concluye con una mirada escatológica, es decir mirando al futuro definitivo: “el Hijo del hombre ya está a punto de venir”.

Y dice con claridad: “Cuando llegue, recompensará a cada uno conforme a sus hechos”. La santidad, que es un don de Dios, se inicia en unos pensamientos santos y se confirma en las acciones justas. Dejémonos sorprender por Jesús, para que en él reposen nuestros pensamientos, camine nuestra vida y se expresen nuestras obras.

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