El Evangelio de hoy nos invita a aceptar que estamos perdidos y dejarnos encontrar por Dios. Volver a la casa del Padre, dejarnos abrazar por Él, es ponernos al alcance de su perdón. Dios está esperándonos, mirando a lo lejos, porque, nosotros nos hemos alejado de Él. Eso significa el “país lejano” del Padre, en el que no se encuentra alegría, y se pierde la dignidad. Un elemento positivo del hijo menor, el que prodigó los bienes que tan poco le habían costado, es que -llegado un momento en que ha perdido todo- se da cuenta que es él el que está perdido. Perdido porque había elegido una vida sin Padre, ese fue su error. Y su acierto fue darse cuenta y tener la humildad de reconocerlo.
“Padre he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo”. También nosotros nos perdemos por periodos pequeños o largos. De alguna manera esta parábola ilumina a todos los “perdidos”, que incluye tanto a los que no se dejan encontrar por Dios como a los que no alcanzan a encontrarse a sí mismos. En verdad, el encuentro auténtico no es fraccionado, sino de unidad. Cuando la persona se reencuentra con su origen divino, encuentra el significado de su humanidad.
A veces necesitamos caer en el lodo para darnos cuenta de que ese no es nuestro lugar. Todos, a pesar de nuestras equivocaciones, mantenemos una dignidad imborrable. En este sentido ¿qué salvo a aquel joven? El recuerdo del amor incondicional recibido en su casa, que le permite creer en la bondad del Padre. Qué necesario es que todo niño y niña tenga una infancia segura y feliz, en una familia estable que le manifieste el amor de Dios. Y si alguien no tuvo esta suerte, sepa que también él, más si cabe, es esperado por Dios. Vuelve el hijo pródigo y su sorpresa es que la misericordia del Padre es más grande de lo que él imaginaba. Dios siempre nos sorprende con su amor, y esto lo experimentamos especialmente en el Sacramento de la Reconciliación. El Padre de la parábola, no ve el regreso de su hijo como un abuso de confianza. Antes bien se alegra, porque el amor tiene otra forma de valorar las personas y sus acciones.
Para el que quiere, toda separación es una pérdida. El hijo “perdido”, “ha sido encontrado”. Más aún, porque ha vuelto a la casa, “ha vuelto a la vida”. Estaba perdido y por eso se fue, pero allá lejos solo encontró la soledad del pecado. En cambio, Dios abraza, restituye la dignidad e invita al banquete de alegría. El hijo menor niega al Padre y olvida al hermano, el hijo mayor niega al hermano y olvida al Padre. Uno cae en la rebelión y el otro en la sumisión, ninguno de los dos supo reconocer el amor recibido. Ambos equivocados pero ambos invitados a entrar a la fiesta, porque Dios nunca deja de esperar a todos, para que todos se salven. El que “estaba perdido” es encontrado, esa es nuestra Esperanza en esta Cuaresma.