
La Cuaresma es un tiempo de gracia, un llamado a la conversión del corazón y a renovar nuestra relación con Dios y con el prójimo. Durante estos cuarenta días, la Iglesia nos invita a la oración, el ayuno y la limosna, no como prácticas aisladas, sino como caminos que nos llevan a una fe viva y comprometida.
Realidades
En Honduras, un país donde la pobreza afecta a miles de familias, donde muchos arriesgan sus vidas en la migración y donde los hospitales luchan contra la escasez de recursos, la conversión cuaresmal no puede quedarse en una reflexión interior. Debe traducirse en acciones concretas de amor y solidaridad. La fe sin obras está muerta, como nos recuerda la Carta de Santiago al decirnos “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (St 2,17).
Sarah Ochoa, catequista, lo expresa con claridad al decir “Muchas veces pensamos en la Cuaresma solo como un tiempo de sacrificio personal, pero olvidamos que el verdadero sacrificio que agrada a Dios es ayudar a los demás. En mi comunidad, animamos a los niños y jóvenes a recoger víveres para familias necesitadas. Es una manera de enseñarles que la fe se demuestra con hechos”. La Cuaresma nos invita a preguntarnos: ¿De qué manera estamos aliviando el sufrimiento de los demás? ¿Cómo nuestra fe se traduce en obras de justicia y misericordia? El Papa Francisco nos recuerda que “El ayuno que Dios quiere es liberar a los oprimidos y partir el pan con el hambriento” (cf. Is 58,6-7). Es un llamado a actuar, a salir de nuestra comodidad y acercarnos a quienes más lo necesitan.
Acciones
Octavio Cruz, feligrés de la Arquidiócesis de Tegucigalpa, nos detalla que en su comunidad se han organizado visitas a hospitales y hogares de ancianos. “Hay mucha gente que sufre en silencio. No solo necesitan comida o medicina, también necesitan compañía, alguien que los escuche y les recuerde que Dios no los ha olvidado. En cada mirada, en cada sonrisa de agradecimiento, entendemos que servir al prójimo es servir a Cristo”, comenta.
Las parroquias y comunidades católicas en Honduras tienen la misión de ser signos visibles del amor de Dios. Desde las iniciativas de Cáritas, los comedores solidarios, las visitas a hospitales y la atención a migrantes en tránsito, cada gesto de caridad es una respuesta concreta al llamado de Jesús: “Lo que hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40).
El Viacrucis de los hondureños: Un pueblo que carga su cruz
El camino de Jesús hacia el Calvario es un reflejo del viacrucis que millones de hondureños enfrentan día a día como la Migración, la violencia y la pobreza
La violencia, la injusticia y la falta de oportunidades han convertido la vida de muchos en un sendero de dolor, similar a las estaciones del Viacrucis que marcaron el sacrificio de Cristo. Para Monseñor Guido Charbonneau, Obispo Emérito de Choluteca, el sufrimiento del pueblo hondureño es un espejo de la pasión de Jesús: “Jesús cargó su cruz y sufrió en carne propia la injusticia, el abandono y la violencia. Hoy, en Honduras, hay muchos que viven su propio viacrucis: migrantes que huyen de la miseria, víctimas de trata, enfermos sin acceso a salud y familias golpeadas por la inseguridad”.
Caídas
En la Tercera Estación, Jesús cae por primera vez debido al peso de la cruz. En la realidad hondureña, esta caída se refleja en los enfermos que sufren en hospitales sin recursos, en los jóvenes que quedan atrapados en la delincuencia y en las familias que viven en extrema pobreza. El Obispo de Danlí, Monseñor José Antonio Canales, resalta esta dolorosa comparación: “Los sufrimientos de Cristo no son un hecho del pasado. Hoy, los más pobres siguen cargando cruces pesadas en sus vidas personales y familiares.” La migración forzada es otro viacrucis. Hombres y mujeres dejan su tierra, enfrentando peligros y humillaciones en busca de un futuro mejor. La pobreza y la falta de empleo obligan a muchos a arriesgarlo todo en un camino incierto, tal como Jesús fue llevado al Gólgota sin opción de retroceder.
Llamado
A pesar del dolor, el Viacrucis no termina con la muerte, sino con la resurrección. Monseñor Charbonneau insiste en que la esperanza debe mantenerse viva: “Toda cruz que llevamos debe vivirse con la confianza de que, como Cristo, podremos resucitar y encontrar un futuro mejor”. La Cuaresma nos desafía a no solo recordar el sacrificio de Cristo, sino a comprometernos con quienes cargan las cruces más pesadas en Honduras.