Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el II domingo de Cuaresma

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Cuando los apóstoles estaban contemplando el rostro radiante de Jesús, siendo testigos privilegiados de la gloria del “Hijo del hombre”, aparece una nube que los cubre. La escena que era de luz y admiración, de repente se llena de incógnita y temor. ¿Y cuál es el motivo? Están contemplando, digamos, una versión, de la divinidad en el resplandor de Jesús, pero haya también otra manifestación, más discreta y cotidiana, en la nube que cubre la escena y matiza la fuerza de la luz. No es que Dios no quiera manifestarse, es que sabe que nuestra capacidad de contemplación aún es limitada. La nube representa la presencia de Dios Padre, que quiere ratificar de manera explícita la identidad y misión de Jesús.

Todo el caminar de Jesús con sus discípulos se convirtió en un peregrinar a Jerusalén, la ciudad santa por excelencia. Y en ella, se da el éxodo de Jesús, es decir, el paso de la muerte a la vida. De los hombres al Cielo, del cual había venido, y desde el cual un día volverá en gloria y poder. La transfiguración en el monte Tabor es signo de ese ascenso al que él está destinado y nosotros con él. En este sentido la transfiguración de Jesús tiene como fin sostener la esperanza de los suyos en él, aún en la Pasión. No hay resurrección cristiana sin pasión, ni pasión cristiana que no esté sostenida en la Esperanza.

En este año Jubilar la Cuaresma se nos presenta también como un peregrinar hacia Jerusalén, es decir, hacia la consumación de una vida entregada, aceptada y resucitada. Este año se nos invita a meditar en el sentido de la vida como peregrinación hacia Dios. Y en ese trayecto hay momentos de claridad y otros de oscuridad, por eso debemos caminar y no correr. Las experiencias de gozo nos sostienen en la tribulación, y los errores y fracasos nos mantienen humildes en la victoria. También en nuestra vida aparecen nubarrones. Perseverar es saber vivir en el claro oscuro de la nube. Me explico.

La nube tiene mucho de oscuridad, pero también de protección y de luz tenue. Es en ella que aparece Dios, al cual no podemos ver directamente todavía. Propiamente el Padre nos habla en el Hijo. El hombre no puede soportar el peso de lo divino. La sociedad actual, tan segura para muchas cosas, tiene miedo a la presencia de lo sagrado. A veces se le niega, otras se le ignora, y otras se le manipula. Ninguna de las tres opciones es adecuada ante el Dios trinitario oculto y a la vez presente en el misterio.

Nuestra misión es invitar a todos a escuchar la voz que nos habla al corazón y mirar el rostro del hermano pobre, reflejo del rostro Cristo, que, transfigurado fue destello de la gloria de Dios. En la vida hay de todo. No temamos a las nubes, escuchemos qué nos dice Dios en ellas. Y aprovechemos las claridades para iluminar el camino, para renovar la esperanza y para fortalecer la fe.

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