
TEGUCIGALPA, HONDURAS.- La Ascensión del Señor Jesús al cielo es la culminación de una etapa a la vez que el inicio de otra. No porque la vida de Jesús estuviera incompleta, sino porque su misión continúa en nosotros, la iglesia que peregrina en esperanza. Tras la pasión de Cristo, parecía que era ya el momento de disfrutar en la tierra de su resurrección. Pero Él ya les había advertido: conviene que yo me vaya.
Y por fin parece que lo han entendido, porque tras la ascensión, regresan a Jerusalén juntos y llenos de alegría. ¿Qué ha ocurrido? Han comprendido dos cosas: que son uno con Jesús, y que su Resurrección es una Gracia que debe alcanzar a todas las gentes. Ser uno con Jesús, como Él les había pedido, significa ser parte de un mismo cuerpo, la iglesia total, del cual Cristo es la cabeza. Como el cuerpo es uno e inseparable, por ello, -oración colecta- “donde ha accedido la cabeza pueda acceder todo el cuerpo”, que somos nosotros, su Iglesia.
Y, por otro lado, la extensión de su vida resucitada a todas las gentes es la misión de la iglesia en la historia. Jesús en su caminar conduce a los suyos a Jerusalén como fin de su enseñanza. Ahora en cambio, Jerusalén es el lugar del reagrupamiento, es decir, de volver a la experiencia fundante de la Pascua, para desde allí salir a todos los rincones de la tierra. Donde termina la misión de Jesús, empieza la misión de su iglesia. Se volvieron alegres a Jerusalén, con la ilusión de un nuevo inicio. Nuevo inicio de la misión a la que ahora sí, iban a dedicar toda su vida, dando testimonio de Jesús.
La Ascensión de Jesús a los cielos posibilitará dos importantes acontecimientos: el envío del Espíritu Santo y su segunda venida gloriosa. Primero, la garantía de su Espíritu en nosotros es lo que posibilita nuestra fidelidad al maestro y permite que Cristo siga siendo el gran protagonista. Por otro lado, la conciencia de la futura venida definitiva, en gloria y poder de Jesús, concede total trascendencia tanto al anuncio de los apóstoles como a la recepción de los oyentes.
La predicación del Evangelio, con toda su fuerza redentora, no es una opción añadida para los cristianos, ni es una oferta más para el mundo. La última y gloriosa venida de Jesús evidenciará la enorme responsabilidad -eclesial y personal- de vivir en santidad como discípulos suyos. Resumiendo, el significado de la Asunción de Jesús. Él ya no está como antes, pero si cabe es mejor conocido y es más amado que antes. Y, sobre todo, no necesitan tanto mirar al cielo, porque el cielo habita en medio de ellos.
Y donde ellos están, allí está Jesús. Ellos, los primeros cristianos, somos también nosotros, por tanto, celebrar la santa misa en asamblea dominical en cada barrio y cada aldea, es hacer presente al resucitado en cada rincón de la tierra. Permítanme una invitación final: quién en su vida quiera conocer el cielo, que venga con nosotros a Misa.