El piadoso fraile San Martín de Porres, seguiría con sus obras de misericordia como hasta entonces: recogía enfermos o heridos para cuidarlos, hasta el punto que poco a poco convirtió el convento en un hospital, lo que provocó protestas de otros religiosos, ya que infringía la clausura. También curaba animales heridos, y aunque administraba medicinas a los enfermos, sobre todo les hacía recuperar la salud por el contacto con sus manos, que obraban milagros.
Pudo fundar el Asilo de Santa Cruz para acoger vagabundos, huérfanos y otros desafortunados, gracias al apoyo y generosidad de cuantos veían en Martín a un hombre de Dios; incluso el mismo Virrey, Don Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, daba personalmente, cada semana al fraile mulato, una generosa cantidad de dinero.
MILAGROS
Fueron muy famosos y conocidos sus éxtasis y levitaciones, así como el don de la bilocación, confirmado por numerosos testigos. Pero por encima de todo, destacó Martín por su profunda y sincera humildad y entrega sin reservas a los pobres y enfermos. Cuando se desató una gran epidemia de viruela en Lima, el santo trabajó día y noche para ayudar a enfermos y moribundos y debido al esfuerzo que realizó, cayó enfermo y supo que su vida en este mundo llegaba a su fin. El Virrey, al enterarse de la agonía de Martín de Porres, se apresuró a su lecho para besar por última vez la mano de aquél Santo.
San Martín de Porres fue un ejemplo lleno de humildad, devoción a Dios y total dedicación desinteresada por ayudar a los pobres y desalojados, fue el primer santo de piel negra del continente americano, que tocó espiritualmente a un pueblo entero en su tiempo. Gracias a los Milagros de San Martín de Porres su veneración se ha extendido por todo el mundo católico.