
Con motivo del Jubileo de las Fuerzas Armadas, la Policía y el Personal de Seguridad; el Papa Francisco nos abre un horizonte amplio para ser misioneros desde nuestras ocupaciones y menciona una frase de San Francisco de Asís: “Ten cuidado con tu vida, tal vez ella sea el único evangelio que algunas personas vayan a leer”.
Atendiendo la reflexión del Papa, nos preguntamos ¿Cómo ser misioneros desde una institución, desde una labor, que consume tanto tiempo y esfuerzo?, debemos recordar la lectura del evangelio según San Mateo 8, 5-11: “Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un Centurión, rogándole: «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente».
Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el Centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará para curarle”. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: ‘Ve, él va, y a otro: ‘Ven, él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘Tienes que hacer esto’, él lo hace». Al oírlo, EN MISIÓN | Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «os aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe”.
Ese Centurión -Oficial del Ejercito Legionario de la Infantería Romana- fue un misionero y discípulo de Jesús sin saberlo, pidió por alguien, se movilizo, dejo su comodidad, su acción de arrodillarse ante Jesús para pedir por su sirviente nos permite entender que desde nuestra profesión encontramos como relacionarnos con el Señor y como servirle a Él de manera original y particular. Nos muestra que todos podemos ser mejores, que todos podemos obtener la gracia de lo que pedimos en oración, siempre y cuando reconozcamos nuestra pequeñez, nos pongamos al servicio con fe y dedicación.
Este gesto es tan hermoso que nos muestra que todo oficial, todo policía, todo bombero, todo puesto de poder otorgado de forma civil, obedece primeramente a la ley de Dios. Esto se debe a que el hombre necesita de Dios y Dios solo pide una cosa de nosotros, un corazón abierto ¡para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga! Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor persona me mira a mí persona. Dejarse encontrar por el Señor es precisamente esto: dejarse amar por el Señor y después de ese encuentro ir a todos los pueblos desde nuestra vida promulgando la Buena Nueva.