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La historia nos enseña “que la mitad de la solución de un problema es realizar bien la pregunta”, podemos entonces abordar desde este método que nuestra sociedad actual tiene una pregunta que lo aturde por no abordarla de forma correcta, la pregunta de nuestro mundo es bastante simple ¿Cuánto tienes, eso vales?, se nos olvida que hace más de dos mil años se nos enseñó que todos tenemos una labor en esta vida, que solo debemos dejarnos moldear por él Señor. Somos arcilla que se moldea por el alfarero, pero al igual que la arcilla podemos deformarnos y en ese proceso aun deformes, torcidos, casi estropeados podemos comenzar nuevamente el proceso de conocer y buscar la verdad.
Cada persona lleva dentro de sí la vocación del servicio, la vocación de ser misionero, es decir, por medio del servicio a los demás es como nos encontramos y al encontrarnos en los rostros de los demás podremos responder de forma acertada. Si lo pensamos bien de los siete dones del espíritu Santo, al menos cuatro dones son para encontrar la gracia del entendimiento y responder a nuestras preguntas; el don de la SABIDURÍA; el sabio es aquel que encuentra la verdad y pone su vida al servicio de la verdad, practica la verdad, promueve la verdad.
“Yo soy el camino, la verdad y la vida “Jn 14 ,6. El don de la CIENCIA implica el conocimiento de lo humano y lo divino, de lo material y lo espiritual. El don de ENTENDIMIENTO supone entender los designios de Dios y comprender lo que deberíamos hacer para agradar a Dios y el don de CONSEJO que implica dejarnos aconsejar por la voz interior de Dios. La pregunta debería ser ¿Cómo puedo seguir al Señor?, la respuesta nos la dejo el evangelio de Mateo cuando Jesús le dice al joven rico; “vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, después ven y sígueme”.
Según nos relata el evangelio el joven se sintió triste pues su respuesta era solo servir a la Ley y acumular riquezas. El señor nos pidió de forma enérgica que fuésemos a todos los pueblos del mundo, que bautizaran a todos en el nombre del Padre, del hijo y el espíritu santo, para que todos seamos testigos y discípulos de él. Es decir que, por medio de una vida entregada a la misión, la oración y el servicio a los demás puedo responder ante las preguntas de los demás y que por medio de Dios yo sea capaz de aconsejarle según la sabiduría, la ciencia, el entendimiento y el consejo de Dios mismo a cada corazón que necesita realizarse la pregunta correcta. “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, Yo te buscaba afuera y tú estabas dentro, muy dentro de mí y en medio de las hermosuras que creaste” San Agustín.