
Empieza nuestro día y, casi de forma inmediata, nos enterarnos de algún suceso triste o trágico. El estar conectados con el mundo a través de nuestro aparato móvil, se nos bombardea constantemente con todo tipo de información, que en su mayoría es negativa o amarillista porque eso capta la atención fácilmente. Y, como un ser silencioso, se va colando la desesperanza en nuestro ánimo. Nos asaltan esas preguntas de: ¿Para donde va este mundo? ¿Qué será de la humanidad con tanta guerra y egoísmo? ¿Nuestra indiferencia al dolor ajeno hacia donde nos esta llevando? Etc. Por estas y más razones, se hace cada vez urgente e importante hablar de la Esperanza en nuestros ambientes, aún en los cristianos. Recuperar este valor teologal que nos une a Dios de una manera íntima y que nos renueva en la alegría.
Nos dice la Real Academia Española que la Esperanza es un “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea.” Pero para un cristiano, más que un estado de ánimo, la esperanza es una relación personal con Jesucristo. Es esta relación con la divinidad “por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo. “Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la promesa” (Hb 10,23).
“El Espíritu Santo que Él derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador para que, justificados por su gracia, fuésemos constituidos herederos, en esperanza, de vida eterna” (Tito 3, 6-7).” (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 1817). Nos reafirma, nuestro primer Papa en su primera carta, de esta manera: “Bendito sea Dios, Padre de Cristo Jesús, nuestro Señor, por su gran misericordia. Al resucitar a Cristo Jesús de entre los muertos, nos dio una vida nueva y una esperanza viva. Él os ha reservado la herencia celestial, ese tesoro que no perece ni se desperdicia y que no se marchita con el tiempo.” (I Pedro 1, 3-4). Atendiendo a la desesperación actual del ser humano es que nuestro Papa Francisco nos invita a todos los bautizados; y así, a toda la Iglesia, en este año jubilar 2025, a ser “Misioneros de la Esperanza entre los pueblos”. Nos anima a no olvidar que nuestra vocacional fundamental es ser mensajeros y constructores de la esperanza, siguiendo las huellas de Cristo. Que esta espera gozosa de los cielos y la tierra nuevos nos hace salir para contagiarla a todos los que nos encontramos a nuestro paso. (cf. Mensaje del Santo Padre para la 99 Jornada Mundial de las Misiones, octubre 2025).