En el Evangelio de este domingo encontramos a Jesús como comensal en la casa de un jefe de los fariseos. Dándose cuenta de que los invitados elegían los primeros puestos en la mesa, contó una parábola, ambientada en un banquete nupcial.
«Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto” ¿Qué hay detrás de este comportamiento? Una necesidad exagerada de reconocimiento: ser superiores a los demás, tener posiciones más altas, estar
más adelante. Entonces Jesús interviene y se sirve de la imagen plástica del banquete para desmantelar estas actitudes: “Cuando te conviden a una boda” … Jesús comienza descalificando el comportamiento de quienes buscan “ser los primeros”, de quienes buscan el prestigio, se dejan llevar por la necesidad exagerada de ser reconocidos, de ser importantes y por recibir honores ante los demás y ante Dios.
Lo que sucede en este banquete es un espejo de lo que sucede en nuestra vida y en nuestra sociedad: la necesidad imperiosa de ser importantes nos arrastra. Estamos inmersos en una búsqueda insaciable de ocupar los primeros puestos en todo. ¿Será esta la escala de valores solo de los fariseos? ¿No es también la escala de valores vigente en nuestra sociedad y en nosotros mismos? En la nueva comunidad que Él quiere instaurar tal comportamiento no tiene cabida, por eso Jesús dice que “el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
No se trata de humillarse en una actitud masoquista, sino de invertir la escala de valores de nuestro mundo. Y en nuestro caso en nuestra familia, en la sociedad, y en nuestro país. Los que deseamos vivir en una comunidad, siguiendo a Jesús, necesitamos asimilar los valores del Evangelio, que “no ha venido a ser servido sino a servir y a entregar la vida”. El mensaje del Evangelio de hoy sigue teniendo plena actualidad y choca de frente con lo que es normal en nuestra sociedad y también con lo que es habitual en nuestra propia Iglesia y en los grupos a los que pertenecemos: todos buscamos, a veces, exageradamente, el ser los primeros: hay en cada uno de nosotros un afán desmedido, por destacar, por ser importantes,
y por la búsqueda excesiva de reconocimiento.
El mensaje de la segunda intervención de Jesús adquiere un relieve especial: “Cuando des una comida, una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes…”. Jesús está dirigiéndose al fariseo rico que lo había invitado. Jesús no desvaloriza la amistad, ni las relaciones familiares, ni el amor que requiere una respuesta… Jesús nos invita a ir todavía más
lejos, allí donde la búsqueda del interés o el prestigio deja paso al valor de la gratuidad.
“Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú porque no pueden pagarte” … ¿Cómo no
sentirse desconcertado ante estas palabras de Jesús?, ¿Qué nos quieren decir? Jesús nos invita a actuar desde la gratuidad, Jesús nos invita a liberar nuestra capacidad de amor gratuito, de comunión y de solidaridad con el pobre, opuesta totalmente a la lógica de quien busca destacar, ser reconocido, ser importante o excluir a los demás por su condición social.
Somos llamados a compartir nuestra vida de manera gratuita. Jesús propone unas relaciones humanas fundamentadas en la libertad, en la gratuidad y en un verdadero amor. Dios ama a todos, sin excluir a nadie, pero en su corazón de Padre, ocupan
un lugar preferente, los que no tienen sitio en nuestra sociedad. Necesitamos hacernos atentos a esa pobreza inmensa, creciente y vergonzosa de tantos pueblos hundidos en el hambre y en la miseria. Y también a otro tipo de pobreza por la ausencia del amor, como son tantas personas que viven en soledad, ancianos, enfermos, inmigrantes, etc.
“Dichoso tú, porque no pueden pagarte”. Estas palabras de Jesús son una invitación a la gratuidad y, en cierta manera, nos resultan extrañas e incomprensibles. Estamos olvidando lo que es amar gratuitamente y no acertamos ya ni a dar, ni a entregarnos. Hemos construido una sociedad donde predomina el intercambio, el provecho, y el interés. En nuestra sociedad casi nada hay ya gratuito. Todo se compra y se vende, todo se debe o se exige. El camino que nos marca el Evangelio de este Domingo resulta difícil de vivir. Va a contracorriente de nuestra cultura de hoy. Pero es posible cuando uno descubre el amor del Padre, (como Jesús que se siente amado), y cree que en definitiva “el que pierde la vida la gana”. Esta es la lógica del Evangelio que nos conduce hacia una felicidad plena y a una vida llena de sentido.
Nuestra oración hoy puede ser: Señor, que no busquemos otra recompensa más que tu amor. Tú, Señor Jesús, pobre y humilde, que has venido a curarnos de nuestro egoísmo y a entregar tu vida por amor a todos, Tú nos dices a cada uno: “ponte, como yo, en el último lugar”.