Quienes descubren la llamada divina al sacerdocio, a la vida consagrada o al matrimonio, ya a cierta edad y tras años de trabajo, sin haber estudiado en el seminario menor, frecuentado la parroquia en su juventud o después de haber sido soltero largo tiempo, saben que para Dios no hay tiempo y que llama cuando y a quien quiere para una u otra misión, de tal modo que usar el término “vocación tardía” sobre todo en el ámbito divino o sobrenatural, es algo inexacto y en todo caso, no debiera tener connotación negativa, porque podríamos decir que solo “humana o cronológicamente” son vocaciones tardías.
Si para Dios no hay tiempo ni espacio ¿qué más da que nos llame antes o después? Bien mirado, nunca habrá un demasiado pronto o un demasiado tarde. Muchas veces y de eso son testigos los formadores de seminarios, conviene que el candidato antes de su ordenación amplíe el período de discernimiento, o espere a terminar sus estudios profesionales comenzados, o que se desarrolle profesionalmente durante un período, que trabaje, que se exponga al mundo real, al mundo de interacciones interpersonales, a la competencia, todo eso por motivos de prudencia y formación, a fin de asegurarse de que la opción a ser sacerdote o religioso o religiosa es real y que la única motivación es abrirse a “ponerse en camino”, a “no vivir para uno mismo” sino para Él y para los hermanos que más los necesiten; porque lo importante, como casi en todo, es la calidad y no la cantidad. Por eso cuando la gente habla de vocación tardía como si fuera una locura, un atrevimiento, una fanfarronada o la absurda persecución de una quimera, lo hacen porque no conocen la fuerza con que Dios atrae y llama a un proyecto que ha de realizarse en libertad, integrando dotes naturales, tendencias y posibilidades y que supone un salto final con una cierta dosis de riesgo, de ahí que decir sí, depende de la confianza que la persona tenga en el que la llama; porque a nadie se le presenta el porvenir de un determinado camino, como una película en la que aparecen todas las circunstancias en que le va a tocar vivir.
La llamada, tardía o no puede ser descubierta de muchas maneras, de ahí la importancia de estar siempre abiertos y atentos, puede ser descubierta en un momento de crisis, de tentación, de prueba, cuando sólo nos queda Dios; en una experiencia larga de Dios en la oración o en un experiencia asidua de la lectura del Evangelio; en la maduración en la fe en un grupo católico o al servicio de la Iglesia como lector, monaguillo, Ministro Extraordinario de la Comunión o en unos ejercicios espirituales; en el mismo pecado, ya harto de ir por un camino de esclavitud y de tinieblas. Puede ser que la descubra de golpe o que poco a poco vaya surgiendo en la vida ya que no hay edad para que aparezca. Lo cierto es que la llamada exige una respuesta. Y una respuesta pronta, urgente y radical, pues la fuerza de la llamada cuando no se concreta pronto, se apaga.