En pleno siglo XXI, donde la cultura de la muerte persiste con fuerza, tal como lo manifestó San Juan Pablo II, donde existe y se acentúa un relativismo generalizado, un consumismo desenfrenado, un afán por poseer y poseer, donde el concepto de familia está desfigurado y desdibujado y no digamos el de la paternidad, ser un verdadero San José y seguir su modelo de Hombre, Padre y Esposo, amerita un cambio radical de mentalidad, trabajar arduamente en dejar de ser uno mismo y dejar que sea el Espíritu Santo de Dios, el que surja y aparezca desde el interior de nuestro corazón.
Y así poder obtener por gracia divina la virtudes propias de San José: la castidad que es la virtud de abstenerse de cualquier relación sexual prematrimonial si se es soltero, o ser completamente fiel a la esposa en el matrimonio; la prudencia como un don que Dios da a quien se lo pide y que se manifiesta en un pensamiento o juicio maduro, no improvisado ni precipitado; con la finalidad de evitar un mal o conseguir un bien, para el cual el hombre pone todo su empeño; la justicia que es el esfuerzo para armonizar a las distintas personas, que viven dentro de una comunidad familiar y así, darle a cada uno lo que le corresponde y la humildad que es el reconocimiento de que nuestras aptitudes y talentos son dones de Dios; no es señal de debilidad, de timidez, ni de temor, sino una indicación de que sabemos de dónde proviene nuestra verdadera fortaleza.
San José, al igual que la Virgen María fue dócil al llamado de Dios y en una época difícil aceptó el llamado de ser esposo y padre; asumió responsablemente su rol y fue proveedor de las necesidades económicas, trabajando la ma- dera como oficio como leemos en Mateo 13, 55. Pero también, le enseñó a Jesús desde lo más básico como: hablar, caminar, comer, orar, trabajar; fue maestro del Maestro. Como dice San Juan Pablo II: “San José aportó en el crecimiento humano de Jesús en sabiduría, edad y gracia”.
A diferencia de la paternidad moderna, no delegó su responsabilidad, la asumió y fue consecuente; fue fiel a María, de quien fue esposo, compañero, amigo; ¡San José, estuvo presente!, no fue un padre ausente dedicado únicamente al trabajo para tener el carro más moderno, la casa en la mejor colonia, el último modelo de celular, el plasma más grande; no pensemos que aspirar a bienes materiales sea malo pero hay que ser conscientes que la responsabilidad de dedicar tiempo y dar amor a nuestros hijos es una tarea que no podemos dar a otros. San José, nos enseñó a reconocer que en el quehacer de cada día con amor y en silencio, es el camino que conduce hasta Dios. En este día en que en Honduras celebramos el Día del Padre, encomendémonos a la protección de San José, a quien Dios mismo confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes, para tener así muchas familias Santas y hombres honestos, sinceros e íntegros.