Editorial | Nuestra voz: Matrimonio entre personas del mismo sexo

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Para quienes somos creyentes católicos, el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo, ni es matrimonio ni puede ser legalizado sin afectar negativamente al bien común de la comunidad hondureña, causando, sobre todo, un daño profundo a la familia como institución. Mantener silencio ante la insinuación o abierta declaración de esa pretensión, es de algún modo volverse cómplice de un atentado contra la forma de vida de un país, aun cuando los activistas de esos colectivos publiquen que los católicos no podemos pretender imponer al común de la sociedad lo que es exclusivamente propio de nuestra confesión religiosa.

Lo cierto es que la Iglesia Católica, como cualquier otra persona, institución o entidad, puede proponer lo que tiene por verdadero y deseable, confiando en que la verdad, que no debe imponerse por la fuerza, se impondrá por la fuerza de la verdad.

La oposición a la legalización de un pretendido matrimonio entre personas del mismo sexo no necesita descansar en la doctrina de la Iglesia Católica, sino que se apoya en argumentos antropológicos compartidos por personas de otras religiones, agnósticos o ateos. Y en estos términos, sin apoyarnos en la fe cristiana católica, que desde luego profesamos, declaramos que, de acuerdo simplemente con la recta razón, desde el principio de la sociedad humana, con datos que se remontan a más de 5 mil años atrás, en todas las culturas, el verdadero matrimonio, sea religioso, civil o meramente natural, ha sido definido como la unión entre un hombre y una mujer, en orden a la procreación y que la unión sexual entre dos hombres o dos mujeres no puede igualarse en derecho al verdadero matrimonio, porque es una institución que va más allá del puramente acceso carnal.

Es cierto que en determinadas épocas y en determinadas culturas, como la sumeria y la babilónica, han existido y siguen existiendo entre los musulmanes, por ejemplo, formas matrimoniales de naturaleza poligámica -un hombre con varias mujeres-; como también han existido las de naturaleza poliándrica -una mujer con varios hombres-. Pero jamás, en ninguna cultura, se ha considerado matrimonio la unión entre personas del mismo sexo.

Las relaciones homosexuales que, desde luego no han faltado nunca, siempre y en todo lugar han sido tenidas como contrarias a la naturaleza y siempre se las ha considerado incapaces de ser reguladas como matrimonio en el ámbito del derecho. De manera oficial y para salir a aclarar todo tipo de dudas, la Iglesia Católica declaró que “no es lícito” para la institución eclesiástica otorgar una bendición para las relaciones entre personas del mismo sexo.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, enfatiza que “Dios ama a cada persona, como también lo hace la Iglesia rechazando toda discriminación injusta” pero no apoya las uniones homosexuales, porque si leemos lo que las Sagradas Escrituras dicen en Levítico 18, 22, entenderemos que la prohibición viene de Dios: “‘No te acuestes con un hombre como si te acostaras con una mujer. Ese es un acto infame”. Y que hacerlo conlleva un castigo tal como leemos en el mismo capítulo, pero en el versículo 29: “Porque todo el que cometa una de esas abominaciones será excluido de su pueblo”.

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