El misterio de la Santísima Trinidad, uno de los dogmas centrales de la fe católica, se nos presenta como un desafío para el entendimiento humano, pero también como un punto de encuentro con la realidad de Dios. Es un misterio que se revela en la forma en que Dios se ha hecho accesible al hombre: un Dios que se manifiesta como Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Fiesta de la Santísima Trinidad, también llamada Domingo de la Trinidad, ha sido el pulso vital de nuestra Iglesia católica desde sus inicios, cuando el misterio de la Santísima Trinidad fue revelado numerosas veces en los Evangelios y más claramente por Jesucristo. Jesús oraba con frecuencia al Padre y le hablaba de su amor y bondad. El Padre reveló a su Hijo durante el bautismo de Jesús en el río Jordán y durante la Transfiguración en el Monte Tabor.
Jesús introdujo el Espíritu Santo y, junto con el Padre, lo envió sobre los apóstoles y otros discípulos el día de Pentecostés; pero fue hasta el año 1334 que el Papa Juan XXII estableció oficialmente la festividad para su observancia universal, el domingo siguiente de Pentecostés. Sin entrar en algunas enseñanzas complicadas sobre el dogma de la Trinidad, es importante prestar atención a lo que Jesús les dice a sus apóstoles y que leemos en el Evangelio de Mateo 28, 18-20: “Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.” Esto significa que todo lo que hace la Iglesia (su misión de enseñar, gobernar y santificar) lo hace siempre en nombre de la Trinidad y por esa razón la Iglesia empieza y termina sus oraciones “en el nombre de Dios Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
En la Iglesia, el protagonista es siempre el Dios trinitario y no nosotros mismos, no los sacerdotes ni los ministros y menos los asistentes. En la Trinidad reconocemos también el modelo de la Iglesia, en la que estamos llamados a amarnos como Jesús nos ha amado, porque el amor es la señal concreta que manifiesta la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. “El dinamismo de la Trinidad es un dinamismo de amor, de comunión, de servicio recíproco, de compartir; una persona que ama a los demás por la alegría misma de amar es reflejo de la Trinidad. Una familia en la que se aman y se ayudan unos a otros es un reflejo de la Trinidad.
Una parroquia en la que se quiere y se comparte los bienes espirituales y materiales es un reflejo de la Trinidad. Todos estamos llamados a testimoniar y a anunciar el mensaje que Dios es amor, que Dios no es lejano o insensible a nuestras vicisitudes humanas. Él nos es cercano, está siempre a nuestro lado, camina con nosotros para compartir nuestras alegrías y nuestros dolores, nuestras esperanzas y nuestras fatigas”. Papa Francisco, Solemnidad de la Santísima Trinidad- 15 de junio de 2014.