Editorial-Nuestra voz | La Resurrección del pueblo hondureño

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La esperanza y la fe de los católicos es que la muerte es un hecho de liberación y que es el paso de las ataduras que produce este mundo a una libertad plena y no solo en el momento de la muerte física, sino ahora en vida, es el llamado de Dios ha que nos liberemos del pecado y resucitemos en vida, que ayudemos a otros a liberarse de los sufrimientos propios de este mundo: la pobreza, la violencia, las enfermedades, el pecado entre muchos otros que han dejado secuelas impresionantes de sufrimientos entre muchos hermanos nuestros. Pero esta visión acerca de la Resurrección tiene un contexto posconciliar, una fe tradicionalista podría mostrarnos la figura de la Resurrección de Jesús desde el revivir de un cuerpo.

En Vaticano II este elemento se concibe como una realidad central en contraposición a la anterior concepción, se afirma que para mantener la identidad y la relevancia de la Resurrección de Jesús se hace necesario ir más allá, este hecho es una realidad que afecta a la historia y a su presente, lo cual debe suponer la posibilidad de vivir ya resucitados en la historia. Si la realidad de la Resurrección de Jesús no se hiciera de alguna forma presente en la historia de los pueblos, permanecería como algo totalmente ajeno a nuestra vida, porque nuestra fe es viva.

Es en este contexto que cobra sentido el título de este editorial, si consideramos que un pueblo como el de Honduras que ha sufrido las consecuencias de la injusticia, el desplazamiento, la corrupción, la violencia, la pobreza, entre otras realidades, puede ser un claro ejemplo de esos muchos pueblos crucificados que abundan en Latinoamérica, donde Dios se hace presente para realizar una específica revelación: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”. Debemos mantener viva la esperanza de poder vivir de otra manera, poder gozar de una mejor vida, vida digna y en abundancia en donde se pretende esbozar un camino de “Resurrección” para “Bajarlos de la cruz”.

La tarea es mostrar que es posible un mundo diferente, con un pensamiento distinto donde se apueste a la formación de comunidades resucitadas, un Padre que se hace cercano a sus hijos y nos la da a conocer de una manera distinta la cercanía de un Dios que irrumpe en la historia, que escucha el clamor del pueblo y baja Él mismo para liberarlo y salvarlo a través de la acción concreta de católicos creyentes en un Cristo Jesús Resucitado.

Todos los seguidores del proyecto de Jesús tenemos un compromiso por reproducir la dinámica de su vida, es decir resucitar con Él, teniendo y dando a los demás la esperanza y gozo. Y más aún, la Iglesia regida por la misericordia debe celebrar en su liturgia la vida de aquellos que viven una muerte en vida. La salvación de todos, pasa por la acción de salvar a los pobres y bajarlos de la cruz para que la Gloria de Cristo Resucitado se haga vida en ello.

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