Editorial |Nuestra voz |El ayuno agradable a nuestro Señor

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Nuestra Iglesia promueve la oración, la entrega al prójimo, el ayuno y la abstinencia en Cuaresma como preparación espiritual y tiempo de conversión para conmemorar en Semana Santa la muerte y resurrección de Jesucristo. Al Ayunar se repudia y se corrigen las conductas que matan al hermano, además es un tiempo para dar vida y hacer penitencia para volver a Dios por el camino del amor y la esperanza; pero en países como Honduras, en donde un alto porcentaje de su población vive sin el acceso a los alimentos básicos y viven en abstinencia permanente de carne y pescado, el ayuno cobra mayor relevancia porque va más allá de abstenerse de los alimentos cada viernes de cuaresma y tomar conciencia de la realidad de nuestro prójimo.

El ayuno que Dios quiere y que Honduras necesita es aquel que leemos en las Sagradas Escrituras en Isaías 58, versículos del 6 al 7 que dicen: “El ayuno que yo quiero, dice el Señor, es que rompas las cadenas injustas y levantes los yugos opresores; que liberes a los oprimidos y rompas todos los yugos; que compartas tu pan con el hambriento y abras tu casa al pobre sin techo; que vistas al desnudo y no des la espalda a tu propio hermano”.

Hoy más que nunca, Honduras necesita este ayuno verdadero; contribuyendo a detener el proceso de destrucción al que estamos llevando al país, poniendo fin en nuestras vidas al afán de ostentar lujos y llenar las cuentas bancarias de dinero mal habido o poner fin al consabido defecto de lavarse las manos echando la culpa a los otros, de todo lo malo que impide devolver la dignidad a los pobres. Dios rechaza esos ayunos y penitencias rituales mientras se maltrata al prójimo: “Harto estoy de holocaustos de carneros, de grasa de animales cebados, la sangre de novillos, corderos y chivos no me agrada” (Is. 1, 11).

De tal forma que, quienes buscamos la bendición de Dios, la conversión espiritual no podemos promover ni contribuir a crear un ambiente que produce hambre, enfermedad, persecución y migración forzada; es urgente trabajar para cambiarlo, es lo que Dios nos pide en esta Cuaresma y ayudar a cambiar implica dar esperanzas a muchos, que se sienten abandonados por Dios y le reclaman”.

¿Para qué ayunar, si tú no haces caso, mortificarnos, si tú no te fijas?” y arrepentirnos de nuestros pecados, que es el verdadero propósito de Dios. El ayuno “vivido como experiencia de privación, para quienes lo viven con sencillez de corazón lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender nuestra realidad de criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su cumplimiento. Haciendo la experiencia de una pobreza aceptada, quien ayuna se hace pobre con los pobres y “acumula” la riqueza del amor recibido y compartido.

Así, entendido y puesto en práctica, el ayuno contribuye a amar a Dios y al prójimo como nos enseña santo Tomás de Aquino, el amor es un movimiento que centra la atención en el otro considerándolo como uno consigo mismo (cf. Cart. enc. Fratelli tutti, 93).

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