La libertad es un don concedido por Dios a los humanos, definido por el Catecismo de la Iglesia Católica como el poder radicado en la razón y en la voluntad de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar así por sí mismo acciones deliberadas. Dios ha creado al hombre racional confiriéndole la dignidad de una persona dotada de la iniciativa y del dominio de sus actos. “Quiso Dios dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Si 15,14.), de modo que busque a su Creador sin coacciones y, adhiriéndose a Él, llegue libremente a la plena y feliz perfección” (GS 17).
La voluntad que se nos es concedida por ser hijos de Dios es tan grande que hasta Él mismo la respeta es por ello que se menciona el “Libre albedrio”, una condición que nos faculta para pensar y decidir voluntariamente. La única atadura natural que tenemos con Dios es que Él nos ama, aunque nosotros no le amemos de vuelta. Claudia Guity, teóloga, nos explica al respecto que “El libre albedrio que Dios nos dio consiste en que el hombre y la mujer, a través de la inteligencia, puede tomar decisiones que le son beneficiosas, estas decisiones son fruto de su propia iniciativa y del dominio propio, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1730”. La verdadera libertad consiste en realizar actos inteligentemente, respetuosos de la dignidad humana y del bien común.
Vivir en libertad, es vivir en la coherencia de nuestro diseño original: seres racionales que saben encaminar sus decisiones en la búsqueda de lo noble y justo. Es autocontrol, consideración hacia los demás, es saber encausar todas nuestras capacidades naturales hacia el crecimiento y madurez personal, afectiva, psicológica y espiritual, de la mano de Dios, que siempre nos quiere libres y no esclavos.