La Solemnidad del Corpus Christi, celebrada 60 días después del Domingo de Resurrección, nos recuerda que el Cuerpo y la Sangre de Cristo no son un símbolo vacío, sino una presencia real que trans- forma y envía.
Entrega
La fe eucarística no se limita a la adoración en el templo, sino que nos impul- sa a una entrega viva en las calles, en los hospitales, en las casas humildes, en cada rostro sufriente. Jesús no se reservó a sí mismo, se entregó por completo, y quien comulga con Él está llamado a hacer lo mismo, especialmente con los más pobres. Desde el Hospital del Tórax, en Tegucigalpa, la Eucaristía se vive en medio del dolor y la fragilidad humana.
El Padre Eduar Vargas, Capellán de este centro de atención, recuerda que “El enfermo es el más pobre entre los pobres”. Además, agrega que “cada vez que se lleva la comunión a una cama, se realiza un acto profundo de fe y de amor”. El presbítero afirma que “sentimos a Jesús vivo en los pasillos, en los suspiros de los pacientes, en las lágrimas de sus familias. La Eucaristía aquí no es teoría, es consuelo encarnado”.
Servicio La Hermana María Castillo, de la Congregación Hijas de Jesús, ha descubierto que el altar más sagrado puede ser una cama de hospital. Ella afirma con convicción que Jesús se manifiesta en los pequeños gestos de servicio diario, como, “cuando alguien no puede cruzar una calle, cuando alguien no alcanza el agua, ahí también está Cristo, pidiendo que le amemos no con palabras, sino con acciones concretas”.
El Padre Jairo Mercado, Vicario de la Basílica de Suyapa, nos recuerda que así como Cristo se entrega en el altar, también nosotros estamos llamados a entregarnos a los demás, especialmente a los más necesitados. La limosna, el ayuno y la oración —obras de piedad— deben hacerse con sinceridad, no por apariencia. Dar con alegría, sin buscar reconocimiento, es reflejo del amor verdadero que nace de la comunión con Dios. La Eucaristía nos impulsa a ver a Cristo en el pobre, a actuar con generosidad y a vivir con un corazón libre de apegos. Esta nos inculca aquellas virtudes sociales que son el fundamento de toda auténtica comunidad: la unión, la concordia, la solidaridad. Esta presencia real, educa en aquella madurez que mueve a los cristianos, a vivir no sólo para sí, sino según las exigencias de la nueva ley del amor; cada uno, conforme a la gracia recibida, ha de ponerse al servicio de los demás, y así todos han de cumplir cristianamente sus deberes en la comunidad cristiana.
Compromiso
Desde Cáritas Suyapa, Marizela Turcios, coordinadora voluntaria, recuerda que el Corpus Christi no puede separarse del compromiso social, señala que “no adoramos a Cristo en la hostia y lo ignoramos en el hambriento. Adorar es también servir, tocar sus heridas en los pobres, abrazarlo en los que sufren, ofrecerle no sólo incienso sino nuestro tiempo, nuestra cercanía y nuestras manos”. El Evangelio nos dice: “Este es mi cuerpo, entregado por ustedes” (Lc 22, 19). Jesús nos dejó no sólo una fórmula litúrgica, sino un camino de vida.
San Juan, en lugar de narrar la institución de la Eucaristía, nos presenta a Jesús lavando los pies a sus discípulos. Así, el verdadero adorador no es solo el que se arrodilla ante la custodia, sino también el que se inclina para lavar los pies del hermano. Hoy, la Iglesia está llamada a hacer memoria viva de Cristo no solo en la liturgia, sino también en las periferias. El Corpus Christi debe ser “el día de la caridad”, como lo define Marizela Turcios, “el día de estar presente ante quienes nos necesitan, en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestra Iglesia”. En otras palabras, no hay comunión auténtica sin compasión, ni Eucaristía verdadera sin servicio.
Coherencia
La Eucaristía nos dice: “Este es mi cuerpo, entregado por ustedes”. Y también nos pregunta: ¿Dónde está tu cuerpo entregado? ¿Dónde está tu caridad, tu servicio, tu coherencia? Celebrar el Corpus Christi es renovar el compromiso de ser pan partido para el mundo, como lo fue Cristo por amor. La Solemnidad del Corpus Christi nos exige coherencia: no se puede amar al Señor en la Eucaristía y despreciarlo en los pobres. En cada enfermo, en cada hambriento, en cada solitario, Jesús sigue repitiendo: “Este es mi cuerpo”. Quien lo reconoce y se entrega, celebra de verdad la Eucaristía.
1 Presencia
Corpus Christi nos recuerda que Jesús camina con nosotros. La Eucaristía es la presencia real, viva y permanente de Jesucristo entre nosotros. En cada misa, al consagrarse el pan y el vino, no solo lo recordamos, sino que lo recibimos realmente.
2 Entrega
Él se dona por completo en la cruz y se queda para siempre en el pan partido como alimento de salvación. Esta entrega debe hacerse vida en nosotros. Corpus Christi nos desafía a vivir desde el amor que se da sin esperar nada a cambio.
3 Compromiso
Al recibir el Cuerpo de Cristo, nos comprometemos a ser presencia suya en el mundo. En la realidad de Honduras, marcada por la corrupción, el desempleo y la desigualdad, la Eucaristía debe impulsarnos a ser agentes de transformación desde la fe.
UN SACRAMENTO QUE IMPULSA LA CARIDAD
El Catecismo de la Iglesia enseña que “la Eucaristía compromete a los pobres”, porque nos une tan con Cristo que nos hace partícipes de su compasión. En Honduras, donde miles de personas viven en condiciones de pobreza, abandono o exclusión, la misa dominical y la celebración de Corpus Christi adquieren una dimensión social profunda: comulgar es asumir el compromiso de ser solidarios, de compartir el pan material con quien no lo tiene, de ser cercanos con el que sufre, y de trabajar por una sociedad más justa. El misterio celebrado en el altar se prolonga en gestos de amor que hacen visible la presencia de Cristo en medio del pueblo.