Cada 23 de septiembre el santoral católico marca la fiesta litúrgica del Padre Pío de Pieltrecina, quien fue canonizado en el 2002 por Juan Pablo II.
Este hombre de Dios fue un sacerdote y fraile capuchino que nació el 25 de mayo de 1887 en Pieltrecina, un pequeño pueblo del sur de Italia y falleció en 1968. Su nombre era Francesco Forgione y el nombre de Pío le fue dado cuando ingresó en la orden.
Este dignísimo seguidor de San Francisco de Asís, era hijo de Grazio Forgione y de María Giuseppa De Nunzio. Fue bautizado al día siguiente con el nombre de Francisco. A los 12 años recibió el sacramento de la Confirmación y la Primera Comunión.
Desde su infancia el Padre Pío manifestó interés por la religión y una profunda fe que lo llevó a abrazar la vida religiosa. Para mantener sus estudios, su padre decidió emigrar a Estados Unidos y luego a la Argentina.
Para el Padre Pío la fe era la vida: quería y hacía todo a la luz de la fe. Estuvo dedicado asiduamente a la oración. Pasaba el día y gran parte de la noche en diálogo con Dios. Decía: “En los libros buscamos a Dios, en la oración lo encontramos. La oración es la llave que abre el corazón de Dios”. La fe lo llevó siempre a la aceptación de la voluntad misteriosa del Padre.
Estuvo siempre inmerso en las realidades sobrenaturales. No era solamente el hombre de la esperanza y de la confianza total en Dios, sino que infundía con las palabras y el ejemplo, estas virtudes en todos aquellos que se le acercaban.