La cercanía de la Solemnidad de Cristo Rey nos advierte la necesidad de examinar nuestra propia realidad de entrega y servicio, de amor y fidelidad a aquél a quien un día decidimos seguir y servir. Para ello se nos ofrece hoy la parábola de los talentos. Para Jesús lo importante no es tanto el hacer muchas obras, sino más bien el saber recibir los dones que nos llevarán al trabajo por el Reino. El talento en los orígenes era una unidad de medida de los pesos destinados a determinar la entidad de las mercancías dentro del sistema económico de cambio. Se usaba sobre todo para los metales preciosos. En el ámbito monetario, el talento equivalía entonces a 6000 dracmas o denarios. Si se piensa que el salario diario de un obrero era más o menos de un denario, se puede comprender la importancia del encargo confiado por el señor de la parábola a sus dependientes. Este señor que es Dios, irrumpe con sus dones, diversos para cada hombre. Es el ofrecimiento de un tesoro, es el ingreso del Reino de Dios en el mundo. Pero de este punto de partida se llega a una segunda dimensión: el don recibido se transforma en empeño. El talento no es una perla que guardar en un cofre, sino que se asemeja a una moneda que debe crecer y fructificar. El talento entonces se convierte, en la unidad de medida de una auténtica religiosidad: no se contenta con considerar la gracia y todos los dones divinos como una fría posesión, sino como un empeño exigente y apremiante. La simple inercia, la indiferencia respecto del don de la gracia, la superficialidad son el obstáculo radical que levantan un muro contra Dios y sus dones. ¿Cuándo venga el patrón que cuentas le daremos de los dones recibidos? La atmósfera de la narración se vuelve tensa, el tesoro que tenemos entre manos no es un ornamento, sino una piedra de comparación de nuestra existencia, el talento es un símbolo de la gracia y del juicio de Dios.
Padre Tony Salinas, párroco San Juan Bautista, Ojojona