Palabra de vida |“¡Tú eres el Mesías…!”

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Con la llegada a la región de Cesarea de Filipo, siguiendo la reflexión de muchos estudiosos de Marcos, nos encontramos en el centro del evangelio mismo y de la experiencia espiritual de los discípulos, que habiendo ya caminado un buen tiempo con el Señor, deberán ahora redefinir quién es Jesús para ellos. Tanto la multitud, como ahora los discípulos se han preguntado repetidas veces ¿Quién es Jesús de Nazaret?, sin jamás exteriorizarlo a Él mismo.

Jesús comprendiendo que había llegado el momento de sacar a la luz dicha inquietud interior, se los pregunta: “¿Quién dice la gente que soy yo?” y luego “¿Quién decís que soy yo?”. Pedro romperá el silencio y dirá: “Tú eres el Mesías”. Definición exacta pero todavía incompleta, un brillo de luz en torno al gran misterio que representa este judío llamado “Jesús”. En efecto, el título “Cristo”, literalmente “el Consagrado”, era la versión griega del hebreo “Mesías” y, en la versión del Antiguo Testamento, el Mesías era de todos modos una criatura humana, aunque investido por la misión de ofrecer la palabra definitiva de Dios y de cerrar el camino de la historia.

Por esto, la respuesta de Pedro es todavía incompleta: Jesús no es solamente el “Cristo” sino también es el “Hijo de Dios”, como añadirá Mateo en su redacción de las palabras de Pedro (“Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” 16, 16). Y, además no será el Mesíasrey triunfante y glorioso de una cierta tradición bíblica y judía, Él será el Mesías sufriente y pobre cantado por lo célebres cuatro cánticos del tercer Isaías. Aspecto de este mesianismo que deja de nuevo envuelto en una nube de misterio la extraordinario personalidad de este Jesús, que los desborda en su capacidad para abarcar todo lo que es Él.

Tal vez para nuestro hoy, muchos quisiéramos un Mesías que no tuviera que cargar la cruz y nos diga que lo hagamos tras de Él, pero esa verdad no la podemos cambiar. Ahora bien, Jesús exponiendo luego al final de la narración las condiciones para seguirle, muestra a Pedro, es decir, a la cabeza del grupo y a los demás, que han de seguirlo bajo los principios del amor, de la paz, de la verdad, de la misericordia, reflejados y salidos del misterio de un Dios crucificado y resucitado.

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