La carta a los efesios nos presenta la gracia de Dios como el don gratuito de sí mismo para salvarnos. La insistencia de Pablo no es exagerada, porque tendemos a pensar que nos salvamos por nosotros mismos, por nuestros actos, méritos o fama. Esto, que pareciera una exageración, no deja de repetirse entre nosotros como sutil tentación. Si la salvación fuera un mérito propio caeríamos en la vanagloria, es decir en el orgullo personalista de una autoestima exagerada e infundada. De ahí la insistencia de Pablo.
Podemos decir que Dios nos salva -al menos- tres veces: primero nos salva del no ser, al darnos la existencia; segundo nos salva de nuestra desobediencia por la obediencia de Jesucristo; y tercero, nos salva de nuestra supuesta salvación autónoma, es decir, de nuestra pretensión de ser dios. Para que en nuestro mismo intento de salvarnos no tuviéramos nuestra condenación, nos hace ver que solos no podemos salir del pecado, porque el muerto no da vida a nada y menos a sí mismo. Uno de los pecados más peligrosos es la vanidad, y la espiritual es la forma más sutil de vanidad.
Deberíamos Jn 3,14-21 Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa agradecerle a San Pablo por prevenirnos. La primera lectura, 2ª de Crónicas, nos narra el exilio en Babilonia fruto de la infidelidad del pueblo, así como la restauración fruto de la benignidad de Ciro, rey persa. Y también hoy, siglos después seguimos “con culpa para la esclavitud, sin mérito para la liberación”. Ante lo cual solo cabe una actitud: el agradecimiento. Por ello estamos hoy aquí, dando gracias, celebrando eucaristía. ¿Nos hace esto ser menos ante Dios? No, sencillamente es un acto de realismo, que nos permite admirar la misericordia de Dios que nos ama tanto “que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”.
Usando la misma idea del Evangelio de Juan, diríamos que para condenarnos no necesitaba Dios enviarnos a Jesucristo, porque “perdernos” lo hacemos solos. Para salvarnos sí necesitamos a Cristo. Y en eso consiste la fe, en creer que Él puede y quiere redimirnos. Y lo contrario es el pecado, pensar que yo sin Dios puedo ganar mi vida. El ejemplo de la serpiente en el desierto, que en un mismo signo presenta la muerte y su medicina, es un signo de la gratuidad de la cruz de Jesús, en la cual, por su obediencia, nos ha salvado a todos. Estamos en Cuaresma (4°), un tiempo para renovar nuestra fe en Jesús. Es cierto que somos pecadores, Él lo sabe, pero no se avergüenza de nosotros.
El demonio nos hace sentirnos apenados de nosotros mismos y tener miedo de la verdad, de forma que rehuimos la luz y preferimos la oscuridad del mal. La Palabra de Dios es la luz segura para guiarnos a través del desierto a la libertad. Pidamos al Señor que nos inspire en este tiempo penitencial, para que iluminados por Él, podamos volver del destierro del pecado a la casa del Padre. Ese es el camino que se recorre en comunidad, movidos por su Espíritu.