Palabra de vida |“El Hijo… Levantado”

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El cuarto evangelista cuya obra nos viene acompañando estos domingos, nos desea describir el misterio de la pascua de Jesús bajo la imagen simbólica de “Uno” que ha descendido hasta nosotros, y que ahora será “levantado”, explicación “vertical” que orienta hacia la elevación y la exaltación. Así la elevación de la cruz en el Gólgota que se arraiga en el suelo, tiene su vértice en el cielo. Para ello San Juan refiriéndose a la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto, como narra el libro de los Números (21, 4-9), sanaba a quien la contemplaba convirtiéndose ésta en el “símbolo de la salvación” (Sb 16, 5-6). Por lo tanto, nos hace comprender como este estandarte levantado en el desierto es signo en el Antiguo Testamento, de la cruz de Cristo “levantada” en medio de la humanidad. Aquél que narra Juan 1, 14 que “puso su tienda entre nosotros” descendió del cielo para ahora ser Él el que nos eleve por su propia elevación a la salvación definitiva.

En el cuarto evangelio en efecto, la cristología pone su punto máximo en el madero de la cruz, que hace de polo de atracción de la fe del creyente. Y, es que toda la pasión de Jesús en este evangelio se ve como un cortejo triunfal hacia la cruz. Su muerte es más bien una victoria que una derrota. La cruz un trono que un patíbulo. Este evangelio proclamado en este cuarto domingo, contribuye al propósito de toda la obra y de este tiempo de gracia, ya que toda la pasión es una “epifanía real”, por lo que aquel hombre, acusado y maltratado, se autoproclama rey que ha venido a dar testimonio de la verdad.

Por eso Pilato y los soldados no hacen más que elevarlo a la cruz, entronizarlo, glorificarlo. Esta elevación a través del madero de la cruz, situado en este momento del camino cuaresmal, nos permite meditar, para prepararnos a la pascua, sopesando como su muerte es, pues, una victoria sobre el príncipe de este mundo (Jn 12, 31; 14, 30s; 16, 33). Así la hermosa referencia a ese estandarte levantado en el desierto que curaba a los mordidos por serpientes, no puede ser sino la mejor imagen de cómo la verdadera salvación estará, como decimos en Viernes Santo, en el clavado en la cruz, quien nos ha merecido la salvación del mundo.

Celebremos el cuarto domingo de cuaresma, atendiendo esta Palabra de Dios, que nos invita a poner también en la cumbre de nuestras alegrías al madero de la cruz, signo inequívoco del amor salvador de Dios en Cristo.

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