¿Qué estaremos pagando los hondureños para que nos castiguen con estos dirigentes intransigentes, egoístas y tan poco amantes de su país? Aquí primero se es de un partido político antes que hijo de esta patria. Aquí se le presta más atención a lo que diga el líder que a lo que dice la conciencia. Aquí primero hay que seguir líneas de partido, lo cual tampoco es cierto, antes que caminar en la línea de la ética y la verdad.
Quise, de hecho, escribirles una carta abierta a los señores y señoras diputados pero la verdad es que no hubiera servido de nada o de casi nada. Los pocos que hubiesen llegado a enterarse seguramente no podrían incidir en la crisis que estamos viviendo porque los intereses de estos mercaderes de lo político, valen más que cualquier argumento. Lo más grave es que seguimos generalizando cuando, sin duda, debe haber gente buena y bien intencionada entre ese grupo de diputados. El problema es que no tienen peso, su voz no se escucha y los tildan de todo lo inimaginable cuando se atreven a disentir.
Aquí uno ya no sabe si reír o llorar. No avanzamos en nada. No hay disposición para hacerlo. Los aprendices de “Príncipes”, en el sentido maquiavélico del asunto, no piensan destrabar nada porque son expertos en hacernos creer que a última hora vendrán como los salvadores del pueblo. De hecho, creo que Maquiavelo diría que estos ya superaron todos los niveles de desfachatez posible. Su cinismo, su mitomanía y su absoluto ensimismamiento no tienen parangón. Siempre he creído que nuestra sociedad es de estudio. En las décadas venideras se hablará de la “Banana republic” que llegó a ser la tierra del caos permanente, de la desconfianza total y de la inoperancia cómoda.
Por ahí algunos se han atrevido a hablar de hasta una posible “guerra civil”, porque en el pasado nos ha ocurrido eso, pero sinceramente no creo que lleguemos a eso, ni lo desearía nunca, pero no porque tal vez no existan condiciones para ello, sino porque estos dirigentes nuestros son de “armas tomar” para la foto, pero nada más. Lo suyo es echar a otros a pelear. Todos los gobiernos totalitarios que han existido, de la tendencia que sea, siempre han hablado de luchar por la democracia y luego vienen, le cortan las piernas a uno y cuando saben que pueden perderlo todo, traen una silla de ruedas para hacernos creer que están ayudando. La falta de honestidad y transparencia nos está pasando una factura demasiado alta y la propina nos puede costar lo poquito estable que todavía medio teníamos. Estamos tan cansados de seguir en estas cantaletas que no sé si corresponde hablar de un estado fallido, porque sus habitantes hace tiempo dejaron de interesarse por su futuro y prefirieron vaciar la patria y trasladarla allende el Río Bravo o a la Provincia Tarraconensis.