Homilía del señor Arzobispo para el XVII domingo del tiempo Ordinario

Encontrar y dejarse encontrar (Mt 13, 43-52)

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El Reino de los cielos está en el centro de la predicación de Jesús y lo anuncia en parábolas porque el Reino es una realidad ya existente que necesitamos encontrarla y discernirla. El Reino es el “futuro más cierto” que al mismo tiempo nos permite aceptar nuestra historia y nos compromete con cada día a construir un mundo nuevo.

Conforme a las tres parábolas que hemos escuchado, se trata de una realidad muy valiosa escondida en lo pequeño y que alguien encuentra. El Reino de Dios para poder transformar definitivamente la historia debe ser “encontrado” en la historia de los hombres. Y el “encuentro” implica un doble dinamismo: dos búsquedas que se necesitan mutuamente. Sin Dios que nos busca nuestra búsqueda sería estéril, sin nuestra búsqueda Dios estaría ahí, pero no podría ser reconocido.

Encontrar y dejarme encontrar. Providencia y libertad. No solo se trata de encontrar algo, sino a alguien. Alguien que podría actuar sin nosotros, pero no quiere hacerlo sin nosotros. ¿Qué encuentra quién encuentra el Reino de los Cielos? Encuentra el designio de Dios para con este mundo manifestado en Cristo Jesús. En definitiva, lo que se encuentra es a Jesucristo. Hasta que cada uno, en sentido profundo, no encuentra a otra persona(s), no podrá encontrar su propia profundidad. Hasta que uno no encuentra a Dios, no podrá descubrir que Dios habita en él desde siempre, y viceversa.

Encontrar, como decíamos tiene dos dimensiones, la activa y la pasiva. Es decir, cuando encontramos y cuando nos dejamos encontrar. Creemos que existe algo valioso que aún no tenemos y esperamos hallar, es lo que llamamos la sana inquietud. Pero también necesitamos dejarnos encontrar, porque hay alguien que nos conoce y desea encontrarnos. Alguien que nos ama, y quiere que sepamos que Él nos ama. En este sentido, el Reino de Dios que “encontramos” necesita tanto ser interiorizado como exteriorizado. Es como una sana amistad, íntima y al mismo tiempo exteriorizada.

Si el Reino no vive en nuestra interioridad, anunciaremos de forma solo teórica. Y al mismo tiempo, el Reino Dios es más grande que nosotros, no nos pertenece, sino que nosotros le pertenecemos, y debemos compartirlo con nuestro anuncio, para que otros también lo encuentren. En las tres parábolas de hoy, el que encontró tuvo que tomar una decisión -vender para comprar; perder la propia vida para ganar la Vida de Cristo-. Igualmente, el pescador que selecciona los peces.

Enorme enseñanza: en esta vida no todo es igual, no todo vale, hay que decidir. Y la grandeza de nuestra dignidad, es que cada nadie puede decidir por mí. No basta encontrar providencialmente el tesoro escondido, hay que aceptarlo en plena libertad. Don de Dios y decisión consciente de la persona, así es el Reino de Dios. Las lecturas de hoy nos enseñan que el Reino de Dios se encuentra, es decir: nos es dado y al mismo tiempo nos es encomendado. Parafraseando a Benedicto XVI: se empieza a ser cristiano por encontrar a Cristo -a quién estamos predestinados a amar, – y dejarnos encontrar por Él -que nos eligió desde antes de nacer nosotros-.

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