La caridad debe ser un acto de alegría interior ya que ofrecer misericordia no puede ser un peso o un fastidio del cual queremos librarnos rápidamente. El dar una ofrenda no puede ser un comportamiento que busca el ser alabados y admirados por nuestra generosidad; lo que cuenta es la capacidad de mirar a la cara de la persona que nos pide auxilio, porque la limosna es un gesto sincero de amor y de atención ante quien nos encontramos tal cual nos lo exige el mismo Jesús, al pedirnos que debe hacerse para que solo Dios lo vea. La limosna, junto con la oración y el ayuno, forma parte fundamental para vivir el camino cuaresmal que nos acerca al glorioso momento en que recordamos y celebramos la Pascua.
Dar limosna es compartir con Cristo sufriente, presente en nuestros hermanos más necesitados; porque cuando nos abrimos a los demás y reflexionamos sobre las necesidades del mundo, entonces descubrimos cómo Dios nos llama a satisfacer esas necesidades al compartir lo que tenemos. Mediante la oración, descubrimos que es importante velar por las necesidades de los demás y a través del ayuno vemos cómo el Espíritu Santo obra en nosotros y nos ayuda a reconocer a Cristo en las necesidades del mundo, llevándonos al compromiso personal de actuar dando limosna.
Dar limosna nos rescata de la esclavitud del pecado y nos trae abundantes bendiciones. Mejor aún, la limosna nos acerca más al cielo pues se antepone a todas las demás buenas acciones, porque una persona caritativa ya posee las demás virtudes. Jesucristo, que en todo quiso servirnos de modelo, practicó la caridad siempre. Es claro que nuestra salvación depende de la generosidad de nuestro corazón, del amor con el que demos limosna; en efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos habrá de someter en el final de nuestros días, habla únicamente de la limosna y de que dirá a los buenos: “Tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estuve desnudo, y me vistieron; estuve enfermo y encarcelado, y me visitaron”.
En cambio, dirá a los pecadores: “Apártense de mí, malditos: pues tuve hambre, y no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba desnudo, y no me vistieron; estaba enfermo y encarcelado, y no me visitaron”. (Mateo 25, 31-46). No cabe duda, que el ser generosos nos va a ayudar a ir al cielo y recibir la bendición del dador alegre; la limosna es dar de nuestro tiempo para servir a los más necesitados y como nuestra Iglesia se dedica siempre a esto, pues por eso es bueno contribuir con esta buena causa. Tristemente, siempre que damos limosna, no lo vemos como una bendición, sino como una imposición o un dar de lo que me sobra. Animémonos a donar de corazón y a hacerlo para la salvación de nuestras almas. ¡Demos limosna de corazón hermanos y hermanas! dar con un cariño que se refleje hasta en el mínimo detalle, de no aprovechar esa ocasión para deshacerse del billete más ajado y sucio o de las monedas que rompe los bolsillos del pantalón.