Estas afirmaciones las hizo públicas del papa Francisco en su reflexión del ángelus de este décimo tercer domingo del tiempo ordinario. Jesús ciertamente no pretende subestimar el amor a los padres y a los hijos, sostuvo el pontífice “pero sabe que los lazos de parentesco, si se ponen en primer lugar, pueden desviar del verdadero bien. Lo vemos: ciertas corrupciones en los gobiernos se dan precisamente porque el amor por la parentela es mayor que el amor por la patria y ponen en los cargos a los parientes”, apunto el Papa.
En este domingo, el Evangelista Mateo 10, 37-42, sostiene el Papa “expresa con fuerza la invitación a vivir plenamente y sin vacilación nuestra fidelidad al Señor”. De ahí que “Jesús pide a sus discípulos que tomen en serio las exigencias del Evangelio, incluso cuando esto requiere sacrificio y esfuerzo”, enfatizo Su Santidad en su mensaje.
A CONTINUACIÓN, COMPARTIMOS EL MENSAJE COMPLETO DEL PAPA FRANCISCO EN LA MEDITACIÓN DEL ÁNGELUS DE ESTE XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En este domingo, el Evangelio (cf. Mateo 10, 37-42) expresa con fuerza la invitación a vivir plenamente y sin vacilación nuestra fidelidad al Señor. Jesús pide a sus discípulos que tomen en serio las exigencias del Evangelio, incluso cuando esto requiere sacrificio y esfuerzo.
Lo primero que les exige a quienes le siguen es poner el amor a Él por encima del amor familiar. Dice: «El que ama a su padre o a su madre, […] a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí» (v. 37). Jesús ciertamente no pretende subestimar el amor a los padres y a los hijos, pero sabe que los lazos de parentesco, si se ponen en primer lugar, pueden desviar del verdadero bien. Lo vemos: ciertas corrupciones en los gobiernos se dan precisamente porque el amor por la parentela es mayor que el amor por la patria y ponen en los cargos a los parientes. Lo mismo con Jesús: cuando el amor [por los familiares] es mayor que [el amor por] Él, no va bien. Todos podríamos dar muchos ejemplos a este respecto. Sin mencionar las situaciones en las que los lazos familiares se mezclan con elecciones opuestas al Evangelio. Cuando, por el contrario, el amor a los padres y a los hijos está animado y purificado por el amor del Señor, entonces se hace plenamente fecundo y produce frutos de bien en la propia familia y mucho más allá de ella. En este sentido, dice Jesús la frase. Recordemos también cómo reprende Jesús a los doctores de la ley que privan a sus padres de lo necesario con el pretexto de dárselo al altar, de dárselo a la Iglesia (cf. Mc 7,8-13). ¡Los reprende! El verdadero amor a Jesús requiere verdadero amor a los padres, a los hijos, pero si primero buscamos el interés familiar, esto siempre nos lleva por el camino equivocado.
Luego dice Jesús a sus discípulos: «El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí» (v. 38). Se trata de seguirlo por el camino que Él mismo ha recorrido, sin buscar atajos. No hay amor verdadero sin cruz, es decir, sin un precio a pagar en persona. Y lo dicen muchas madres, muchos padres que se sacrifican tanto por sus hijos y soportan verdaderos sacrificios, cruces, porque aman. Y si se lleva con Jesús, la cruz no da miedo, porque Él siempre está a nuestro lado para apoyarnos en la hora de la prueba más dura, para darnos fuerza y coraje. Tampoco es necesario inquietarse por preservar la vida, con una actitud temerosa y egoísta. Jesús amonesta: «El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí —es decir, por amor, por amor a Jesús, por amor al prójimo, por servir a los demás—, la encontrará» (v. 39). Es la paradoja del Evangelio. Pero también tenemos, gracias a Dios, muchos ejemplos. Lo vemos en estos días. ¡Cuánta gente, cuánta gente lleva cruces para ayudar a otros! Se sacrifica para ayudar a quienes lo necesitan en esta pandemia. Pero, siempre con Jesús, se puede hacer. La plenitud de la vida y la alegría se encuentra al entregarse por el Evangelio y por los hermanos, con apertura, aceptación y benevolencia.
De este modo, podemos experimentar la generosidad y la gratitud de Dios. Nos lo recuerda Jesús: «Quien a vosotros acoge, a mí me acoge […]. Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños […] no perderá su recompensa» (vv. 40; 42). La generosa gratitud de Dios Padre tiene en cuenta hasta el más pequeño gesto de amor y de servicio prestado a nuestros hermanos. En estos días, un sacerdote me contó que se había conmovido porque un niño de la parroquia se le acercó y le dijo: “Padre, estos son mis ahorros, una cosa pequeña, es para sus pobres, para aquellos que hoy lo necesitan a causa de la pandemia”. ¡Pequeña cosa, pero grande! Es una gratitud contagiosa que nos ayuda a cada uno de nosotros a mostrar gratitud hacia aquellos que se preocupan por nuestras necesidades. Cuando alguien nos ofrece un servicio, no debemos pensar que todo no es debido. No, muchos servicios se realizan de forma gratuita. Pensad en el voluntariado, que es una de las mejores cosas que tiene la sociedad italiana. Los voluntarios… ¡Y cuántos de ellos dejaron sus vidas en esta pandemia! Se hace por amor, simplemente por servicio. La gratitud, el reconocimiento, es en primer lugar una señal de buenos modales, pero también es una característica distintiva del cristiano. Es un simple pero genuino signo del reino de Dios, que es el reino del amor gratuito y generoso.
Que María Santísima, que amó a Jesús más que a su propia vida y lo siguió hasta la cruz, nos ayude a ponernos siempre ante Dios con el corazón abierto, dejando que su Palabra juzgue nuestro comportamiento y nuestras opciones.