No resulta fácil hablar de libertad, de soberanía, de independencia cuando vamos llegando a 200 años de la celebración del inicio de un proceso que no vemos aún, cuando alcanzará siquiera a superar las adolescentes actitudes de los políticos que se aferran a sus actitudes egoístas y partidistas.
¿Cómo responder desde la fe a todo esto?
La Iglesia, aún y cuando como institución trasciende el mundo de las instituciones temporales, no es ajena ni debe serlo, al ambiente en el que se inserta. Como diría el mismo Señor en su Oración Sacerdotal: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del mal”.
En fin, en este equilibrio es en el que debemos mantenernos siempre. Estamos en el mundo, pero sin mezclarnos con él y entendiendo que combatimos el mal que hay en él.
Lo primero que hacemos o debemos hacer, es seguir haciendo todo el bien posible. Para el caso de la situación presente, es evidente que podemos pasarnos lamentando, protestando de alguna manera, por toda la “robancina” que estamos sufriendo, preguntando qué han hecho con los fondos del Estado, esperando hospitales móviles, cuestionando la entrega de bonos, etc., o nos dedicamos a responder desde el corazón samaritano de la Iglesia. No es que eso signifique que nos desentendamos de aquello, sino que nos atrevamos a priorizar las necesidades de nuestra gente por encima de sabernos envueltos en esa estrategia que acostumbran a seguir los que ostentan el poder desde el final de la República Romana: “divide y vencerás”.
Trabajar por la paz no es opcional para quien profesa la fe cristiana. Se trabaja por ella promoviendo el diálogo y la búsqueda de consensos. Lo complicado de todo esto está en encontrar con quién dialogar.
El nivel de polarización que estamos viviendo a nivel mundial se ha agravado con la pandemia. Lo mismo ocurre con los niveles de confianza. Hay una actitud que nos está llevando a sospechar y dudar de todos. Es por eso que, se vuelve imprescindible responder dando el ejemplo y sin dejarnos someter al ritmo y a las tonadas que quieren hacernos bailar los políticos de turno.
El amor a la Patria no debe estar en contradicción con nuestra fe. Por eso es que ninguno de nosotros, entiéndase los miembros de la jerarquía, podemos inmiscuirnos en ningún programa político particular. Lo nuestro es ser pastores, con la libertad de escuchar a todos y servir a todos. Con la libertad de señalar, denunciar, a quien corresponda, sin ningún otro compromiso más que con Dios, nuestra conciencia y con aquellos cuya voz ignoran los que se aferran a trabajar en su provecho particular y no por el bien común.
Eso, lo entendieron hace 200 años, algunos de los sacerdotes que, luchando en favor de la independencia política, también lucharon por preservar los valores humanos y cristianos, entendiendo que no existe valor cristiano que no es humano, sobre los cuales deben fundamentarse toda sociedad.