Reflexión | Cultura del cuidado

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Estos últimos días he podido participar en un curso de formación en Colombia, en torno al manejo de las crisis que se pueden suscitar al interior de la Iglesia. Lo más evidente, claro, es que se piense que las crisis son suscitadas sólo cuando hay abusos de orden sexual. Lo cierto es que todo abuso, en el ámbito que sea, tiene que ver con abusos de poder.

Vivimos en una sociedad altamente permisiva en este campo. Nos hemos acostumbrado tanto a abusar que hemos llegado a normalizar el asunto. Esto, una vez más, no tiene que ver con la autoridad. Mejor dicho, con el ejercicio correcto de la autoridad.

La autoridad es necesaria. Baste pensar en la de nuestros padres o nuestros educadores. El problema es cuando la autoridad se ejerce de mala manera, cuando se vuelve autoritarismo, totalitarismo o tiranía. En el mundo de la Iglesia generalmente le llamamos clericalismo.

Vivimos ambientes demasiado dañados a causa de los abusos que sufrimos o que hemos producido. El nivel de nuestra vulnerabilidad en este campo es muy grande, porque no hemos sido capaces de generar ambientes sanos, donde la persona puede desarrollarse y el intercambio se convierta  en una fuerza capaz de  potenciar y no de anular.

Tengo varios años de estar escuchando el tema de la necesidad de trabajar mucho en la cultura de la prevención y el cuidado. Debemos aprender a cuidarnos. Eso es lo propio del evangelio. Este amor al que nos llama el evangelio es un evangelio del cuidado. El que ama, cuida y cuida, porque ama.

En nuestra cultura es muy común que al despedirnos le digamos al otro: “cuídate”. El problema es que seamos capaces de pasar del buen deseo a la actitud concreta. Es muy grave el que, en el ambiente familiar, educativo y más aún, en la Iglesia, nos hagamos de la vista gorda cuando pensamos que de todos modos nos hacemos “más fuertes” frente a la adversidad.

Cuidar implica respetar, saber intervenir de manera humana, fraterna. Cuidar es imprescindible porque sin ello estamos en camino a hacer de nuestras relaciones, una selva.

Después de escuchar los temas de estos días, me doy cuenta que la necesidad del manejo de la prevención es no solo necesario sino esencial en todas nuestras relaciones al interno de la Iglesia. Hay mucho que pudiésemos evitar si fuésemos cuidadosos de nuestra manera de proceder. Educarnos no para andar apagando incendios, para andar quejándonos de encubrimientos pasados, sino para actuar de manera transparente y pro activa.

Visto lo visto, lo vivido, debemos atrevernos a cambiar nuestra manera tan descuidada de pensar en el otro, en la otra. Aquí la virtud de la prudencia entra en juego para saber actuar de tal forma que nuestras relaciones, sobre todo las pastorales, no queden paralizadas por complejos, pero que tampoco queden anuladas por inconscientes, ingenuos o irresponsables.

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