Estamos viviendo uno de los momentos más críticos de esta pandemia. No es el caso seguir insistiendo en la responsabilidad compartida por parte de la población y del Gobierno en esta situación. Unos por promotores del desorden y otros por ser incapaces de entender de razones. Lo que no cabe duda es que hemos sido necios y muy torpes a la hora de manejar esta crisis. Esta situación ha desnudado lo peor de nosotros y debemos atrevernos a sacar lo mejor que somos.
Preocupa muchísimo los cálculos que hemos escuchado, que se hacen evidentemente basados en el manejo hasta ahora de la pandemia y sobre todo del proceso de vacunación de nuestra población. Es alarmante y de hecho, esa es la razón para hacer ese tipo de publicaciones que nos digan que para lograr que toda nuestra población sea vacunada se ocuparán 11 años. Más allá de que esto no será así con toda certeza, se nos presenta ante el mundo entero como uno de los países más desordenados y desorganizados.
Toda comparación es siempre mala, pero no cabe duda que en esto nos llevan años luz, incluso países que a todas luces cuentan con iguales posibilidades que nosotros. Todo al final desemboca en el hecho de que aquí todo se politiza. Todo debe ser visto bajo el prisma de los criterios de la politiquería barata a la que estamos sometidos.
No cabe duda que la única manera para superar toda esta crisis y todas las crisis que atravesamos, depende de la capacidad que tengamos de superar las divisiones y atrevernos a dialogar, a encontrar puntos de coincidencia y a decidirnos a pensar en lo que pueda beneficiarnos a todos y no solo a los grupos de poder.
Es por eso que me atrevo a hacer un enérgico llamado a todos los grupos políticos y sociales para que dejen de estar jugando con la dignidad de este pueblo. Basta ya de seguirnos distrayendo y de seguirnos dividiendo. Sé que a muchos no les importa y ni siquiera se preocupan por la gran cantidad de enfermos y muertos que cada día aumentan en el país. Como sacerdote y como pastor de almas, estoy todos los días orando por los enfermos, animando a los familiares de los que han perdido alguno de sus seres queridos, buscando formas para auxiliarles y para auxiliar a las personas que no tienen ingresos fijos o que han perdido su empleo y que están pasando hambre.
No comento esto con el afán de resaltar lo que como Iglesia estamos haciendo, sino para decirles que más allá de ser portavoz de la Conferencia Episcopal, me siento moralmente obligado a ser también el portavoz de tantísimas personas que ya están hartas de ver como se despilfarran los pocos recursos que tenemos en el país y aún más, lo doloroso que es contemplar que estos pícaros van “siempre sobre la jugada”. Una vez más… ¡Basta ya!