Uno de los beneficios de las redes sociales es que alguna de ellas, nos recuerdan lo que estaba haciendo o había publicado años atrás. El miércoles pasado una de esas aplicaciones me recordó que hacía exactamente un año atrás, les había propuesto a los fieles de mi parroquia que orásemos por una “caravana” de hermanos nuestros que había salido con destino al país del norte, que acaba de estrenar presidente.
Repasando aquella oración y viendo lo que, una vez más, han experimentado miles de compatriotas nuestros que están huyendo de un país que no es capaz de retener esta hemorragia tan dolorosa, sinceramente me sentí impotente, frustrado y muy decepcionado. No les niego que intenté racionalizar el asunto y después de buscar, con nombre y apellido, a los culpables de lo que está pasando, me quedé viendo en el espejo del alma y me sentí muy responsable de todo esto.
Claro, no soy un coyote, ni organizo caravanas de ningún tipo, pero, ¡no es suficiente!
Estos hermanos no se van queriendo hacerlo, sino por esa necesidad imperiosa que nace del instinto de supervivencia. No es únicamente que van buscando mejores oportunidades, es que sencillamente van buscando una oportunidad porque aquí no hay ninguna.
Soy responsable de todo esto, desde el momento en que he cometido el error de prestarle mis oídos a las eternas mentiras y excusas de los que detentan el poder. Muchas veces me he dicho a mí mismo que debo escuchar lo que dicen para que cuando me entreviste algún medio no peque de ignorante, pero realmente después las manipulaciones a la Constitución, del latrocinio de las instituciones como el IHSS, de las “latas móviles”, de los 93 hospitales que se iban a hacer, de los 4000 millones que se entregaban a las Fuerzas Armadas para incentivar la producción agraria, del desgraciado Código de la Impunidad, de la expulsión de la MACCIH y un larguísimo etcétera, por salud mental y espiritual he decidido leer sobre temas que tienen que ver con los poderes del Estado, lo menos que se pueda. Es realmente enfermizo seguir escuchando discursos cargados de tan poca honestidad. ¡Aquí no hay por dónde pasar!
Quisiera ser optimista, pero cuesta mucho. Quisiera creer que de alguna forma volveremos a sentarnos en una gran mesa donde todos los sectores participemos sin agendas ocultas, sin agendas privadas y en la que prevalezcan el interés por la búsqueda del bien común, por encima de una dilación y táctica propias de grupos que impunemente han saqueado no sólo las arcas del Estado, sino que se han llevado de encuentro todo lo que podría haber sido fuente de esperanza.
Necesitamos urgentemente que se pare este drama de derramamiento humano por veredas que no son ruta migratoria sino un cementerio. No son sueño americano, sino pesadilla latinoamericana.