Reflexión | Sentencia sobre Honduras

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Aclaro que estoy escribiendo estas líneas en un momento en el que todavía no ha sido dictada la sentencia, favorable o desfavorable, al expresidente Hernández. Reitero mi profundo dolor, porque aquí lo que ha ocurrido, es que nuestro país ha sido juzgado. No importa la sentencia. De hecho, debemos estar claros que cualquiera sea el veredicto del jurado, aquí los eternos contrincantes sacarán agua para su pozo y en lugar de corregir, abrirán una brecha más amplia en nuestra ya fraccionada sociedad. Es cierto, no podemos negarlo ni fingir ignorancia, que el acusado pertenece a una asociación política definida y centenaria.

Condenar a este partido, como a cualquier otro, de cuyos militantes han sido nombrados por los testigos, es generalizar y hacer eso no hace sino abrir más heridas. Que los partidos políticos y los políticos deben cambiar, eso está de más decirlo. Cuando surgió la crisis por los abusos sexuales de algunos hermanos sacerdotes de la Iglesia, mi primera reacción fue de profunda decepción y de asco. Perdón si soy tan duro, pero es la verdad. Incluso me expresé de manera muy grosera frente a los crímenes cometidos por esos hermanos. Me costaba llamarles hermanos. Lo que hemos aprendido de todo este desastre son varias cosas. Ocultarlo, es el primer y más grave error. Claro que ha habido abusos.

No estamos orgullosos de ello. Pero, las víctimas son lo primero. Cada vez que dejamos de admitir una falta dentro de la realidad eclesiástica por muy dolorosa que ella sea, estamos abriendo la puerta a la desconfianza y a la generalización, que tanto daño nos hace. En segundo lugar, creo que lo más importante detrás de todo esto es la cultura de la prevención. Ser capaces de crear mecanismos válidos y escoger a las personas más adecuadas para que manejen las auditorías, la creación de normas verificables y la aplicación correcta de las sanciones. Sé que me dirán que eso trasladado a lo que nos ocupa desde el juicio en Nueva York pasa necesariamente por superar la visión partidista y eso es peor que un cartel de droga en nuestro terruño. Las crisis que hemos vivido, como país, debían habernos servido como lección, pero aquí pareciera que el refrán aquel de: “el vivo a señas y el tonto a palos”, no lo queremos entender porque creemos que es “viveza” lo que hacen los pícaros, de todos los colores, y seguimos aguantando palo por ser negligentes a la hora de resolver lo que nos aqueja. Insisto en que en el banquillo de los acusados no estuvo sólo un expresidente, sino todo un país. Desnudaron nuestra cobarde manera de creer que el dinero lo es todo y el ansia de poder lo justifica.

El que hayamos oído relatos de colaboración entre los entes del Estado a favor de los narcotraficantes no es que ya se ha resuelto. La droga sigue pasando. Los cárteles perdieron cabezas pero este monstruo tiene mil. Son otros actores, probablemente con otros nombres y en otras circunstancias, pero la crisis no se ha superado ni se superará mientras no tengamos una acción conjunta y se recuperen los valores de Dios, familia y patria. En ese orden y en ese sentido. Mientras sigamos con la idea de que lo importante es el partido y mi billetera, todo discurso es inútil.

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