Reflexión | Orgulloso

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

Con el deterioro de nuestras sociedades, en los últimos años, y a partir de una intensa y muy mediática campaña, por la cual se nos ha querido adoctrinar con miras a hacernos llamar normal lo que sencillamente es una preferencia particular o una inclinación de orden individual, definitivamente que es necesario revisar bien lo que nos enorgullece y lo que no debería enorgullecernos para nada.

Lo más grave del asunto, a mi parecer más allá de la imposición de una ideología, que esta semana pasada en algunos medios incluso se han atrevido a decir que es puro invento, lo cual demuestra sencillamente el gran desconocimiento de los términos y su significado; porque, históricamente esto siempre ha sido as: para sustentar cualquier postura lo primero que hago es quitarle el valor y la fuerza a las palabras y a lo que estas significan.

Así han procedido, desde siempre, los disque movimientos revolucionarios y también las instituciones de corte tiránico. Es así como llegamos al punto en el cual si usted durante este mes no coloca una banderita multicolor visible, al menos en las redes sociales, usted es una persona retrógrada, oscurantista, anticuada y poco moderna. Sinceramente no tendría ningún problema en colocar una banderita multicolor porque a mí me recuerda el movimiento de Cursillos de Cristiandad que tanto bien ha hecho a nuestra Iglesia.

Ahora bien, no colocaré para nada una bandera multicolor en la que pretendan que yo debo manifestar así mi orgullo por algo que no me enorgullece en lo más mínimo. Éste, el mes de junio, claro que es el mes del orgullo, sí, el mes del orgullo de ser católico. Es el mes del Sagrado Corazón de Jesús y esa es razón suficiente para sentirme profundamente orgulloso de mis raíces, de mi fe y de la correcta concepción del valor de la persona humana. Lo demás, son asuntos que no deben ser algo que, debemos hacer pasar por correcto solo porque se le ocurre al que más disparatado piensa.

Orgulloso me siento y me sentiré siempre, de saber que hay miles de matrimonios que luchan cada día por mantenerse en la fidelidad a las promesas que mutuamente se hicieron el día que sacramentalmente se unieron delante de Dios y procuran educar en valores a sus hijos, siendo capaces de gritar: ¡con mis hijos no se metan! Orgulloso me siento y me sentiré siempre, de los miles de jóvenes de nuestras pastorales que luchan contra corriente frente a las imposiciones de esta ideología que quiere acabar con su identidad y pretende hacerlos títeres de sentimentalismo baratos y concepciones erradas del valor de la dignidad unidad de cada ser humano. Orgulloso me siento y me sentiré siempre, de los catequistas, formadores, profesores y sacerdotes que no tienen miedo de ir contra esta especie de pandemia que quiere socavar lo más esencial de la antropología teológica.

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