No puedo ponerme a especular por rigurosidad de historiador, sobre el cómo juzgarán las generaciones futuras la manera en que ha procedido nuestra Conferencia Episcopal frente a las crisis, porque no solo es una sino muchas, que atraviesa nuestra población desde hace años. Sin embargo, debo decir que me siento profundamente orgulloso de ellos, sin zalamerías y sin adulaciones.
La posición y el papel de los obispos, en todas partes, es muy compleja y en nuestro caso particular, increíblemente complicada, porque no están enfrentándose sólo a una situación concreta sino al dragón de las mil cabezas. Este dragón tiene la habilidad de ser experto en distraer.
Es experto en generar caos y división. Aparenta, con un cinismo digno de cualquier estudio siquiátrico por mitomanía y sociopatía, un amor y una limpidez que es completamente desfachatada y últimamente, que no esconde su manera de proceder criminal, porque sus oídos y su conciencia hace tiempo se cerraron a la sensatez y la cordura.
Los obispos, aunque les corresponde por vocación ser constructores de un rebaño, no han dejado de entender que su báculo episcopal tiene la doble función de servirles para sostener el rebaño pero también para defenderlo del ataque de los lobos, que aunque aparenten una piedad cargada de oraciones falsas, lamentos inútiles y acomodadas citas bíblicas, no dejan de ser sino en todo sentido acciones satánicas, porque saben del éxito que tienen al dispersar el rebaño y provocar que se enfrente intestinamente. Una vez más, han debido salir en defensa de la verdad, de la justicia y de la dignidad de este pueblo.
No lo han hecho, como lo dicen los “bots” pagados por el Gobierno y más de algún fanático ciego, porque ignoran lo que encierran las maquiavélicas manipulaciones de la ley que llevan adelante estos señores. Todo lo contrario.
Saben bien de qué se trata y por eso hablan. Me reclamaba por ahí uno de estos fanaticoides que el Estado es laico y que la Iglesia no debía opinar sobre el actuar de los políticos. Sencillamente le conteste que es tan laico cómo le conviene y cuándo le conviene. Cómo le conviene, porque si los “religiosos” le pueden ayudar a mantener a la población sosegada y mansita pues, ¡fuera laicidad! Y cuándo le conviene porque no en balde han “invertido” en paseos de líderes “religiosos” a la Tierra Santa, donde por cierto ellos no tienen ninguna presencia porque su negocio nació anteayer.
Necesitamos urgentemente de un Estado que no importando que sea aconfesional, sea sobre todo ético, respetuoso del ordenamiento jurídico y que no esté motivado por la vanidad y la avaricia que ha caracterizado a nuestros últimos gobernantes. Como lo piden los obispos, cosa nada nueva en sus mensajes, un Estado que sea republicano. Urge que se respete la independencia de los poderes para que el balance exista y no sigamos a merced del desequilibrio de los que no entienden que todo llega a su final y el de ellos, llegará.