Reflexión | Mes de María

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Columnista Semanario Fides, Portavoz C.E.H y arquidiócesis de Tegucigalpa

El mes de mayo ha sido considerado tradicionalmente por nuestra religiosidad popular como el mes de la santísima Virgen María. Son muchas las tradiciones de nuestros pueblos y de nuestras comunidades que guardan a lo largo de estos días gestos, oraciones, prácticas de piedad en honor a la Virgen, nuestra Madre. Siempre he creído que esta devoción debe ser promovida pero al mismo tiempo evangelizada. La sana mariología nos enseña que la verdadera devoción supera los meros actos externos, públicos o privados, que nacen de una piedad desencarnada y muy dulzona. Me gusta mucho cuando llegamos a los templos, a las capillas y nos encontramos con imágenes bien decoradas, llenas de flores y bellamente ataviadas, cuando de este tipo de imágenes para “revestir”, se trata.

Sin embargo, todos estaremos muy de acuerdo que la mejor manera de manifestar nuestra devoción a la Madre del Señor y Madre nuestra, pasa por un sano y permanente intento de imitarla en todo sentido. María, la Mujer del Sí confiado, nos puede enseñar tanto en la lucha por defender la vida en todas sus etapas y sobre todo, la vida de los no nacidos. En un mundo en el que se le quiere llamar derecho a matar a quién no se puede defender, nuestro “sí” generoso y decidido garantiza la esperanza del respeto de toda vida.

María, la Madre que debe migrar para proteger a su Hijo, tiene tanto que enseñarnos de la experiencia de aquellos que han debido huir de su tierra, abandonarlo todo y confiar en la Providencia Divina. Saber acompañar, saber estar junto al otro, saber luchar por crear oportunidades y libertades para que nadie deba nunca sentirse expulsado de su propia casa. María, la Madre que ha perdido a su Hijo, nos enseña tanto de las actitudes que deben tener los padres de familia para que no den nunca por “supuesto” en lo que están sus hijos, no cansarse de buscarles y aunque muchas veces no los entiendan, saber atesorar en el corazón cada momento y dejarle a Dios el tiempo de “ocuparse de sus cosas” y de las nuestras. María, la Madre junto a la Cruz, nos enseña de perseverancia, de fidelidad y de esperanza. Son muchas las cruces que cargamos y enfrentamos, sólos o como comunidad, es mucho el dolor, la muerte injusta, la condena despiadada y el discurso de odio.

Son muchos a los que el miedo, la frustración, la persecución les ha llevado a dejar de perseverar y luchar. Necesitamos de una madre que nos sostenga en los momentos de crisis y que nos enseñe a ser hermanos. María, la Madre del Resucitado, la que sabe esperar la venida del Espíritu Santo junto a los que quieren ser comunidad, nos enseña tanto de oración, de fidelidad y de firme confianza en que los tiempos de Dios son siempre los mejores. Más que devociones, fidelidad. Más que rezos, abandono en las manos del que todo lo puede porque todo lo hace.

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