“Perdóneme, padre, pero para mí esas jornadas que convoca el Papa no sirven para nada… la gente no les para bola”. Siempre que alguien empieza una conversación conmigo con un: “perdóneme, padre”, siempre me resulta que aquello de: “excusatio non petita acusatio manifesta”, una excusa no pedida prueba la acusación, es muy cierto. Quise saber un poco más a qué se debía la decepción de la persona que así me espetó: “Las cosas no cambian con rezar”. Y sencillamente le dije que estaba de acuerdo.
Las cosas no cambian con rezar, son las personas las que deben cambiar. El problema es cuando pienso que mi oración es efectiva porque logra lo que pido y olvido que, la oración, me acerca a conocer la voluntad de Dios, a vivir en ella, a disfrutar de ella… aunque cueste. En menos de un mes, hemos sido convocados, primero por el patriarca de Jerusalén, el cardenal Pizzaballa, y luego por el propio papa Francisco a participar como un solo pueblo en jornadas de oración, ayuno y penitencia.
La última de estas jornadas, la del viernes 27 de octubre, se desarrolló mientras aún se estaban realizando las sesiones del Sínodo sobre la Sinodalidad, que no me cabe duda, como lo he apuntado al inicio de este mes de octubre, que marcará un hito en la historia de la iglesia, no sólo del tiempo presente si no hacia el futuro. Orar siempre parecerá inútil para aquellos que han depositado la fuerza de su proceder en lo meramente tangible, cuantificable y medible. Mientras que, para quién la virtud de la esperanza no es un título cualquiera, sino la sencilla oportunidad de dejarnos envolver por los brazos de Aquel que tiene en sus manos la historia y que siempre ha sabido hacer sentir su voz sin imponerla, cuando más lo hemos necesitado, cuando más nos hemos alejado de él y hemos olvidado el valor y el respeto por la vida ajena.
Justamente, es esta virtud de la esperanza la que más han puesto en duda, todas las últimas crisis que estamos viviendo, como ciudadanos de este mundo. La crisis es lógico que se produzca, cuando hacemos de esta nuestra patria definitiva y se nos olvida que estamos de paso, que somos viajeros y que la oración nos ayuda a aligerar la carga que por efecto de gravedad nos sigue impulsando, a vivir de tal manera, como si no hubiese mañana o como si lo único que realmente existe es lo que palpamos.
Orar, además, nos ayuda a superar el individualismo que ahoga y agobia. Ahoga, porque nos engaña bajo el supuesto que lo que sufrimos, lo que experimentamos, no tiene solución. Agobia, Porque hemos permitido que la desconfianza y la sospecha sea nuestro pan de cada día. La celebración de estas Jornadas de oración nos recuerda que no estamos solos y que si el mal que sufren algunos, nos afecta a todos, el bien que queremos escuchando a Dios, deberá beneficiarnos también, a todos.